miércoles, 18 de febrero de 2015

Ser madre.



Siete de la mañana. Aun es de noche. 

La alarma del maldito móvil me despierta con un sobresalto. Me incorporo en la cama a duras penas. ¿Por qué sólo encuentro una zapatilla? Me levanto mientras intento abrir los ojos del todo. Pierdo el equilibrio y me golpeo contra la puerta del armario. Mal empezamos - pienso-. Recorro el pasillo con la misma lentitud que una vieja tortuga. Ya en el cuarto de baño descubro, entre múltiples legañas, que una extraña con los pelos de punta me observa desde el espejo. No puedo ser yo esa bruja piruja. Llevo los pliegues de la almohada marcados en la mejilla y el sueño pegado a los párpados.  Un nuevo día, u amanecer... - canturreo por lo bajini para darme ánimos. Pero los ánimos llegarán con el primer y único café del día. Parece que ya va amaneciendo. 


Siete de la mañana. Aún es de noche. Un grito recorre la oscuridad de la casa como un relámpago perdido. 

-¡Mamáaaaa!
Abro los ojos. Salto de la cama cual ágil gacela. Corro descalza por el pasillo a la velocidad de un galgo, sin encontrar obstáculo alguno en mi camino. Mi hija vomita en el inodoro. Probablemente, el gofre del Mercadona al que le invitaron las amigas le ha sentado como un tiro. Le recojo el pelo, le sujeto la frente, la tranquilizo. No tengo ni pizca de sueño. Los ojos abiertos como platos. Los reflejos al cien por cien.  Cuando  acaba, me siento con el ella en el sofá. Más allá de la ventana aún reina la noche. 
- No vayas a primera hora -le digo-.
- Tengo historia. 
"Como si tuvieras chino mandarín"- pienso pero me callo. 
- No vayas a primera hora - vuelvo a repetir. 

Pero ella se ha quedado dormida, enroscada a mí como un dulce cachorro de oso panda. Amanece por fin entre nubes azulonas y grises a través de las cuales el sol intenta abrirse paso. Lo cierto es que ya no recuerdo aquel tiempo en el que aún no era madre. 

viernes, 13 de febrero de 2015

Hoy es el día de los enamora... ¿O es mañana?

Lo confieso. He tirado de fondo de armario para este día de San Valentín. He rescatado un viejo texto porque sigo pensando, y sintiendo, igual y porque de vez en cuando es necesario airear las letras para que no se apolillen. 




La canción suena machacona entre coles de Bruselas y pizzas de peperoni. Las cajeras del supermercado están hasta los mismísimos céntimos de escucharla durante todo el día. Hoy es el día de los enamorados, taratata taratata. Una y otra vez. Y todo para que la gente compre tartas de trufa en forma de corazón y embriagadores perfumes de vainilla y jazmín. Hoy es el día del amor y en los escaparates de los bazares chinos se amontonan los peluches con enormes corazones rojos donde puede leerse un te quiero y, en el peor de los casos, un I love you. Y eso que los sentimientos, ya sea amor u odio, se generan en el cerebro, no en el corazón. Pero claro, regalarle a alguien un cerebro de nata sería, además de asqueroso, ofensivo. Y no, no me he olvidado de las rosas, de los enormes ramos de tulipanes o de margaritas, o aquellos otros más pequeños de delicadas violetas. Flores para perfumar la vida cotidiana donde ya sólo se habla de facturas impagadas y de patéticos subsidios. Bombones para endulzar una tarde ventosa de invierno que acaba demasiado pronto porque el tiempo corre como el mismo viento.
Lo admito. No quiero tartas de fresa ni regordetes osos de peluche. Ni siquiera bombones de caja roja o una solitaria orquidea para adornar el batín de terciopelo. Renuncio a un dulce perfume de precio medio para clase media. Este año de profunda crisis voy a ser realista y voy a pedir un regalo que cambie el color de la tarde, o quizás de la propia vida. Quiero, por ejemplo, un cheque en blanco. ¿Es demasiado? quizás sea mejor pedir una esperanza, un paseo por la playa, una tortilla de patatas, un anochecer de nubes rojas, un trabajo digno, una tarde de lluvia junto a la chimenea (la chimenea la tengo; la tarde de lluvia es difícil por estos lares), una sonrisa, un recibo de la luz que no sea de infarto, una caricia recuperada, una cerveza muy fría, una canción que me devuelva los sueños, una buena noticia, una mañana soleada, una película de amor, un buen libro, un suspiro, una mirada cómplice, un correo inesperado, un geranio francés, una larga siesta, una palabra siempre esperada, un chocolate caliente, ver anochecer en el balcón, la luna, el sol, el mar, la tierra, la luz.
Y si es posible, una rosa roja, enorme como una luna llena, y cuyo perfume se extienda sobre esta tarde de febrero como un buen presagio.

sábado, 7 de febrero de 2015

Palabras mareadas



Salió de casa con tantos sueños que se quedó dormida en el autobús de línea. Cuando se dio cuenta de que se había pasado de parada se quedó parada, mirando un miró que un grafitero había pintado sobre un muro. Al llegar al banco se sentó y dejó que sus pies juguetearan con la yerba reseca. En los balcones la ropa seca se mecía al sol. Un niño hacía pompas de jabón mientras un coche de pompas fúnebres llegaba hasta la iglesia. A su lado, otro niño -tan pequeño como un garbanzo-, hacía un castillo de arena. A ella le decían que construía castillos en el aire, castillos etéreos, endebles, esfumados, como sus sueños. Castillos construidos sobre mesetas, sobre nubes, sobre sierras.  No sabía qué hacer con la sierra que le había enviado Amazon. Tenía de todo, árboles, flores y hasta un pequeño riachuelo que atravesaba todo el salón.  Ella sacó sus sueños del bolso y los esparció por el suelo, como migas de pan en busca de palomas picoteadoras. Le picó algo en el brazo, y se rascó hasta que la sangre traspasó la piel. El kiosco se traspasaba y también la zapatería y la lavandería. Dejando los sueños a los pies del banco, se fue hasta la fuente y se lavó la herida. El agua estaba helada, tan helada que, de pronto, le apeteció un helado, un helado en forma de cono, de triángulo, de trapecio. No había ido al circo esa navidad. Odiaba los circos porque tenían a los animales hambrientos y enjaulados. Sólo una vez había ido esperando que algún trapecista se cayera del trapecio, pero eso no ocurrió. Repasó la lista de libros que la lista de la bibliotecaria le había dado y decidió comprar La lista de los nombres olvidados. pero se olvidó del nombre y acabó comprando La lista de Schindler.
Volvió caminando por el camino más corto. El camarero chino estaba a la puerta del bar. Se hizo a un lado y la dejo pasar. En la terraza la gente no hacía sino hablar y hablar.
-¿Vino? - dijo-.
Y el camarero le ofreció una copa de vino rosado fresco y dulce.
Pero el que debía haber venido no había venido. Ella pensó que si hubiera o hubiese venido, todo hubiera sido diferente. Así que volvió a casa con los sueños dormidos en el bolso, la picadura en el brazo, el vino en las venas y una mancha de cono de helado en su blusa azul.
Aquella noche tenía tanto sueño que no pudo dormir.


lunes, 2 de febrero de 2015

Pero hoy no es ese día

Seguid en posición. Hacedles frente.
Hijos de Gondor y de Rohan, mis hermanos.
Veo en vuestros ojos el mismo miedo que encogería mi propio corazón.
Pudiera llegar el día en el que el valor de los hombres decayera, en  que olvidáramos
a nuestros compañeros y se rompieran los lazos de nuestra comunidad.
Pero hoy no es ese día.
En que una hora de lobos y escudos rotos rubricarán la consumación de la Edad de
los hombres.
Pero hoy no es ese día.
En este día lucharemos por todo aquello que vuestro corazón ama de esta buena tierra.
Os llamo a luchar. hombres del Oeste.



Hoy no es el día de rendirse, sino de seguir luchando.
Contra viento y marea.
A diestro y siniestro.
Con esperanza y sin amarguras.
Sin miedos paralizantes.
Quizás llegue un día que sintamos la tentación de tirarlo todo por la borda.
Quizás llegue el momento de que arrojemos nuestros sueños al fuego.
Pero hoy no es ese día.

 Hoy es el día de luchar por todo aquello que vuestro corazón ama.
Por todo aquello por lo que seríais capaces de dar la vida.
Por todo aquello sin lo cual la vida no tendría sentido.

Os llamo a luchar por vuestros sueños.
Por absurdos que sean,
por incomprensibles que a otros parezcan.
Es posible que alguna vez tiremos la toalla,
decidamos rendirnos.
Pero hoy no es ese día.