martes, 28 de octubre de 2014

Caperucita y el hombre feroz.



El sol brillaba en un cielo inmenso y azul.
- Ve por la sombra.
- Sí mamá.
- No pierdas el tiempo.
- No mamá.
- No hables con desconocidos.
La niña se volvió hacia su madre. En su cara regordeta y angelical había un gesto de haztazgo.
- Todos los días me dices lo mismo, mamá. Es que ya me aburres.
- Y no me cansaré de decírtelo, Caperucita. Anda vete ya y dale un beso a la abuela de mi parte. Dile que las tortitas no llevan azúcar.
- Pero si ella puede...
- Por si acaso. Anda vete ya, Caperucita
La niña se metió en el bosque mientras tarareaba una canción improvisada:
El tiempo no perderás
por la sombra caminarás
y si ves a alguien que no conoces
huiraaaás. 
Y fue en ese instante cuando la niña escuchó un ruido entre los arbustos. Caperucita aminoró el paso y miró a uno y otro lado. Nada debo temer - se dijo a sí misma-, porque conozco el bosque como la palma de mi mano. De repente, frente a ella, un gran lobo apareció en el camino.
- Hola loba luna ¿dónde vas? - dijo Caperucita-. Me has dado un buen susto.
- Huyo despavorida.
- ¿Por qué huyes?
- Un peligro acecha en el bosque, Caperucita, un peligro terrible.
- ¿Qué peligro?-preguntó Caperucita muy asustada-.
 -Ha llegado un extraño ser que mata por placer, se esconde entre el ramaje y lleva encima una vara tan mágica como maligna, que en un segundo te puede romper en mil pedazos.
-¡Oh! - exclamó la niña-. Debo correr y contárselo a mi abuelita. Ella sabrá lo que hay que hacer.
Caperucita corrió por el bosque como una liebre, saltó ramas, cruzó torrentes, trepó a los árboles y al cabo de un buen rato llegó a casa de su abuelita, que hacía un crucigrama en el pequeño salón pintado de rosas azules.
- Abuelita, abuelita - dijo precipitadamente-, he visto un árbol de un señor que dice que tiene magia y rompe en pedazos la luna de Loba.
La abuela levantó la vista del crucigrama, se quitó las gafas y la miró con interés.
- Lo que dices no tiene sentido. Anda tranquilízate y vuelvemelo a contar.
- He visto a loba Luna y me dicho que hay un ser en el bosque que mata por gusto y que tiene una vara mágica y destructora.
La abuela se rascó la barbilla como si estuviera meditando.
- Ahora ya lo voy entendiendo, Caperucita. Espera que me abrigue que se va enterar ese extraño ser de la vara mágica.
Caperucita y su abuelita salieron al bosque. Atardecía y una luz dorada iluminaba las copas de los árboles. El bosque a aquellas horas, estaba lleno de vida.
- Espera, he oído algo - dijo la abuelita-.
Caperucita se paró en seco. Ella también había escuchado un ruido ¿Sería aquel ser extraño que mataba por placer?
- ¿Quien anda ahí?- preguntó la abuela con voz grave-. Si no sales en un minuto te tiraré una piedra y te sacaré las malas ideas de esa testaruda tez.
Primero asomó una cabeza rubia y luego otra morena.
- Son dos niños - dijo Caperucita-. ¿Qué hacéis en el bosque a estas horas?
- Nos hemos perdido - contestó el niño que parecía mas mayor que la niña-.
- ¿Y dónde os creéis que vais, pequeñajos?
- Hemos visto una bonita casa a los lejos. Sale humo por la chimenea. Pensamos que podríamos dormir allí.

- ¿No será esa casa que hay entre las rocas, al borde un de un profundo precipicio? - preguntó la abuelita-.
- Esa - dijo la niña sonriendo-. ¿A qué parece sacada de un cuento?
- De un cuento de terror - contestó la abuela. Ahí vive una recaudadora de impuestos jubilada. Os puede sacar hasta el higadillo. Tendréis que venir con nosotras. ¿Cómo os llamáis?
- Yo, Hansel - dijo el niño-.
- Y yo, Gretel - dijo la niña-.
-  El caso es que esos nombres me suenan - sugirió la abuela. Sigamos.
La oscuridad se adueñó del bosque y una lengua de frío se extendió bajo las copas de los árboles más altos. Caperucita, la abuelita, Hansel y Gretel seguían caminando despacio cuando vieron un raro resplandor a los lejos.
- Allí, junto a la cascada ¿has visto?
- Es una chica que duerme - afirmó Gretel conmocionada-.
- Ah, esa - exclamó la abuelita con tono despreciativo-. ¡Pues no lleva tiempo durmiendo! Parece ser que espera a un príncipe que tiene que despertarla de su dulce sueño, pero ya lleva así meses.
- Pobrecilla, vamos a verla. A lo mejor necesita algo -propuso la niña-.
Los cuatro se acercaron despacio y la rodearon con admiración.
- Es muy guapa -dijo Hansel-. ¿Y si la beso yo?
- Tú quieto - dijo la abuelita-, a ver si se nos duerme para siempre.
- ¡Tiene pulgas! - exclamó Gretel aterrorizada-.
- Y a saber qué más - respondió la abuela-. Sigamos antes de que se nos peguen.
Un ruido interrumpió su charla. Un caballo a todo galope se acercaba hacia ellos levantando una gran nube de polvo.
- ¿Habéis visto a una muchacha que duerme un dulce sueño al rumor de las aguas cristalinas de la cascada?
- Ahí detrás la tienes - respondió la abuela-. ¿Se puede saber cómo has tardado tanto?
El apuesto joven no contestó, desmontó del caballo y corrió hacia la muchacha.
- Ya verás qué pasa... - susurró Caperucita-.
- ¡Niña!- exclamó la abuela-. ¿No sabes que el amor todo lo puede todo lo soporta, todo lo...?
- ¡Pulgas!

Como corcel llevado por un viento huracanado pasó el príncipe en dirección contraria al lugar donde yacía la joven dormida.
- Te lo dije - avisó Caperucita-.
El silencio se hizo entre ellos. Debían encontrar al ser extraño que mataba por placer antes de anochecer. A su derecha pudieron escuchar unos pasos rápidos seguidos de un incesante parloteo.
- El que faltaba - dijo la abuela-.
-. ¿Quién?- pregunto Gretel curiosa-.
- Es Sid, el perezoso de la Edad del hielo. Habría que cortarle la lengua para que dejase de hablar.
 Sid se acercó hasta ellos con los ojos espantosamente abiertos.
- Me persiguen. Vengo de la Edad del hielo. Viene una glaciación ¿ o dos? No sé. ¿Donde está Many? ¿Quienes sois?
La abuela le cogió por los hombros.
-¿Quieres relajarte o me va a dar un ataque ¿Quien te persigue?
- Un ser, feo, con una larga vara... Viene una glaciación. ¿Quienes sois?
-Este chico creo que toma demasiados refrescos azucarados -susurró la abuela-, y dijo:
-Somos los amos del bosque e intentamos encontrar a ese ser que te persigue antes de que mate al lobo.
- Pues ahí está - exclamó Caperucita dando instintivamente dos pasos atrás-.
Un hombre alto, vestido como un matorral y con una larga vara en la mano se acercaba a ellos. La abuela no se arredró.
- ¿Qué haces aquí? - preguntó-.
- Buscar al lobo ¿Lo habéis visto?
- ¿Y si lo hubiéramos visto?
- Mejor me lo decís - dijo aquel ser huraño levantando la vara de madera y hierro que escupía fuego.
- ¿Acaso te he hecho daño?- preguntó Hansel-.
- No.
-¿Acaso se ha comido tus ovejas?- indagó Caperucita-.
- Yo no tengo ovejas.
- ¿Acaso ha entrado en tu casa y te ha robado los calzones?
- Abuelita.. -susurró Caperucita-, no seas descarada.
- No, no ha entrado en mi casa ni se ha comido a mis gallinas ni..
- ¿Entonces?
- Es un peligro.
- ¿Para quién?

Aquel hombre se estaba quedando sin palabras.
- Para mí.
Entonces - dijo la abuelita rodeándolo-. ¿Por qué vienes al bosque?
El hombre retrocedió lentamente sobre sus propios pasos.
- Tienes un minuto - dijo la abuela-, para salir corriendo. De lo contrario, vendrá la loba Luna y todos sus primos.
- ¿Sus primos?
- Diez lobos, grandes como osos y fuertes como leones. Ahueca el ala o te vas a quedar sin plumas.
Y aquel hombre feroz, matador de animales que en nada le molestaban, salió corriendo en dirección a su cuatroporcuatrodieciseis y se marchó a su ciudad contaminada de la que nunca debió haber salido.
- Vamos a despertar a la tonta durmiente - dijo la abuela-, porque si espera que vuelva el príncipe de sus sueños va lista. En cuanto le quitemos las pulgas - afirmó dirigiéndose a los niños-, cuidará de vosotros. Y ahora, vámonos, antes de que bajen los lobos.
- Pero no habías dicho... - preguntó Caperucita-.
- ¿Tu has visto a los primos de Loba Luna? ¿no? Pues yo sí. Haz lo que te digo.

Y la abuela, Caperucita, Hansel, Gretel, la Tonta durmiente y Sid el perezoso se adentraron  en el bosque cogidos de la mano en dirección a la casita del bosque.

En lo alto de una loma aulló la loba. Y parecía un aullido feliz.




martes, 14 de octubre de 2014

Tarjetas negras.



La madre tiende la ropa al sol, un sol de octubre, que por justiciero, parece arrancado al mes de julio.
- ¿Mamá, qué es un fantasma?
La madre deja las pinzas sobre el cesto.
- Pues no sé - dice-. Alguien que se aparece y te da un susto.
- ¿Y algo negro?
- Pues algo negro, hijo. Mira que haces unas preguntas...
- ¿Y algo opaco?
Una pinza cae al vacío.
- Búscalo en el diccionario, que para eso lo tienes.
El niño vuelve a su mesa de estudio. Busca en el diccionario como le ha aconsejado su madre. Ella sigue tendiendo la colada.
 - Mamá, el diccionario dice que es algo que impide el paso de la luz y que también impide ver a través de su masa lo que hay detrás.
- Pues eso - corrobora la madre mientras tiende una camiseta-.
Otra pinza cae al vacío.
- Si impide el paso de la luz es algo oscuro ¿no?
- Y tanto- contesta la madre-. Pero ¿a qué vienen tantas preguntas?
- Han dicho en la tele que hay unas tarjetas negras, opacas, fantasmas, oscuras, que sirven para comprar de todo: helados, comidas, masajes, juguetes... ¿Por qué tú no tienes una?
- Porque soy pobre y gilipollas, cariño.
- ¿Y quienes tienen las tarjetas?
La madre deja el cesto de la ropa sobre la mesa camilla que hay junto a la ventana.
- Pues todos aquellos que son unos ladrones, chorizos, rateros, mangantes, estafadores, corruptos, abusones y cabr... cretinos.
El niño abre los ojos como platos llanos.
- Es increíble - dice-.
- Ya lo ves, cariño, esta es la sociedad en la que vas a crecer.
- No, si no digo que sea increíble por eso.
- ¿Entonces?
- Por la cantidad de sinónimos que tiene el castellano.
Y la ropa vuela con la brisa cálida de un día de otoño perdido en el verano.

jueves, 9 de octubre de 2014

Excalibur


Perro Excalibur fue sacrificado

El miedo es una enfermedad que no tiene cura. Se extiende como un viento ponzoñoso y convierte al amigo en sospecha, al cercano en apestado. En aquel ministerio, un día de otoño, al miedo se le unió la ignorancia. 
- Señora ministra, que la enfermedad se extiende, que el virus es malo con ganas, que la sociedad se levanta. Hay que hacer algo. Salimos en la prensa de todo el mundo. Es el primer caso de contagio en Europa. Las sombras de la incertidumbre se ciernen sobre el ministerio. La calle quiere su cabeza. El lado oscuro ha pasado a nuestro lado. Que le dieron paracetamol, señora ministra, que somos el hazmerreír del mundo civilizado y del otro, que el protocolo tiene más grietas que un edificio de Calatrava. Que tenemos chubasqueros, pero cortos de mangas, que esto se nos va de las manos. ¿Qué hacemos, por Dios, que hacemos?
- Habla con el consejero.
El hombre corre cual liebre infectada, atraviesa la ciudad sobre la que apuntan vestigios de pánico ancestral. 
- Señor consejero, que la enfermedad se extiende, que el virus no tiene cabeza, que el lado oscuro no responde al paracetamol, que el protocolo de los chubasqueros se nos queda corto, como las mangas, que el contagio de las grietas es inevitable, que el ministerio se levanta contra la sociedad. que la cabeza de Calatrava se nos va de las manos ¿Qué hacemos, por Dios, qué hacemos? 
 Sin duda, los nervios le pueden. 
El consejero le mira. Es orondo como una galleta oreo. Lo tiene muy claro. 
- Que maten al perro. 

Y muerto el perro, comienza la rabia.