lunes, 16 de junio de 2014

Cicatrices


Se ven tersas, cuidadas, inmaculadas, sin cicatrices. Cualquiera diría que nunca han rozado el suelo, que jamás han sentido rasgarse la piel y ver brotar la sangre. Como hace mucho calor y no quiero que os calentéis aún más la cabeza con adivinanzas, os revelaré que me estoy refiriendo a las rodillas de los niños de hoy en día, tersas, cuidadas, inmaculadas y sin cicatrices. Y aunque algunos probablemente penséis que estoy equivocada, creo que una infancia sin cicatrices en las rodillas tiene muchas asignaturas pendientes.
Es fácil diagnosticar que los niños de los años sesenta - estoy nostálgica, sí-, estábamos desprotegidos, íbamos a nuestro aire escalando árboles como monos de Guinea Papua, saltando vallas y dejándonos la piel en bicicletas sin frenos con las que nos deslizábamos por las pendientes más agresivas. Volvíamos a casa -día si, día también-, con las rodillas chorreando sangre, pero no llorábamos hasta que no veíamos a nuestra madre porque llorar sin público no valía la pena.
Hacer cuencos con barro de la calle y después dejarlos secar al sol. Trepar hasta los árboles más altos y saltar desde las ramas más inaccesibles. Coger arañas de las acequias, organizar peleas de hormigas rojas, previa extracción de sus globos oculares  (qué crueldad, lo sé), hacer obras de teatro, volar el cachirulo en la playa, robar fruta en la huerta y, por último, estamparse con la bicicleta en el camino más pedregoso del valle. No recuerdo si por aquel entonces existían o no los cascos para las bicis, pero si por casualidad existían, el que los portaba, era, como mínimo, un mariquita -no había eufemismos en aquellos años para esa opción sexual-, un mixinetes o un pixeretes, palabras cuya traducción exacta al castellano desconozco, pero sería algo así como persona extremadamente cuidadosa o primorosa. 
Hoy en día los niños están sobreprotegidos, no hay duda. Cada vez que se suben a un bici, parecen preparados para enfrentarse a un supuesto e ignoto adversario en un torneo medieval. Para patinar, protegen sus cabezas, codos, rodillas muñecas, llegando a  semejar pequeños monstruos robóticos cuyo cuerpo carece por completo de la necesaria libertad de movimientos. Intentamos proteger a nuestros retoños del dolor y no saben -ya lo sabrán- que el dolor forma parte de la vida, Los protegemos de las posibles cicatrices  sin apercibirnos de que son las cicatrices las únicas que pueden resucitar la piel sobre la herida abierta. 
Y además, ¿qué es más peligroso, que un niño se haga un rascón en la pierna o que se adentre en su mundo virtual de playestationxbox y se dedique a atropellar putas, torturar sicarios y atropellar a pacíficos viandantes?

Yo tengo clara la respuesta ¿Y vosotros? 

10 comentarios:

  1. Cuanta razón, Amparo.
    A menudo pienso que la infancia, al menos como nosotros la conocimos, está en la prehistoria: algo que ya no existe ni volverá. Y que habitualmente estamos criando "señores bajitos" que no tienen nada que ver a como eran sus padres (de sus abuelos ya ni te cuento).
    Al menos nos queda el recuerdo. Y tu blog para comentarlo.

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    1. Gracias Paco. La infancia ha cambiado tanto que ni se la reconoce. Antes hasta en las ciudades jugábamos en la calle y he dicho calle, no parque. Ahora probablemente esté prohibido.

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  2. Yo también tengo clara la respuesta Amparo, sin duda es mucho mas dañino lo segundo porque se pierde un poco el sentido de la realidad.
    Yo creo que los niños de los sesenta, setenta u ochenta (como es mi caso) y si me apuras noventa fuimos mas libres, mas sanos, con un rol mas activo y sin duda mas aventurero. Yo aún recuerdo aquellas costras enormes y los rotos de los pantalones, todas las batallitas de guerra impresas en la piel, en esas cicatrices con historia.
    Saludos
    :)

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    1. Yo nací a finales de los cincuenta pero presumo de tener un espíritu bastante joven, ja, ja. Yo comencé a escribir con las máquinas de escribir de hierro colado, las grandes olivettis, pero todo ha cambiado tanto... Supongo que con tanta alta tecnología aquellos tiempos en los nosotros mismos inventábamos los juegos, ya no volverán, como las golondrinas de Becquer, pero así es la vida, una vorágine, un cambio constante. Gracias, Ana, por tu comentario.

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  3. Yo soy un poco más mayor. Mi infancia, tal como se está comentando aquí la viví a finales de los 40 y principio de los 50.
    Entonces no teníamos ni bicicleta. Estas eran para ir a trabajar los mayores, no eran un juguete para los niños.
    Pero recuerdo unos años fantásticos, duros, los años del hambre, pero vividos a tope. De todo, de cualquier cosa se hacía una fiesta.
    Las meriendas eran mucho pan y un trocito muy pequeño de chocolate, o pan con aceite, o pan con vino, o...
    Mis nietos me dan pena en muchos aspectos. Lo tienen todo y parece que no disfruten nada.

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    1. Eso es lo malo Elías, que lo tienen todo y no disfrutan con nada. A ver qué niño coge hoy chapas de botella y les pone los rostros de los futbolistas para jugar. A ver qué niños juegan a indios y a vaqueros, a piratas. Como tu bien dices, de todo se hacía una fiesta. Estamos creando generaciones de descontentos.

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  4. Hola Amparo.
    No estoy seguro de si conoces mi blog, aunque creo recordar que si la has visitado en alguna ocasión. En todo caso te dejo el enlace.

    http://algomasquecomentar.blogspot.com.es/

    Creo que la entrada de hoy te puede resultar interesante.
    Ya me dirás algo.




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    1. Ya te he leído y he hecho un comentario. Desde luego, ha sido una casualidad desafortunada. De todas formas, pienso que no somos responsables de lo que hicieron nuestros antepasados. Espero que este Felie no se parezca en nada a su predecesor en el nombre.

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  5. Magnífico Post, con un final impactante.

    Un abrazo.

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    1. Gracias Ricardo. Antes podíamos hacernos un rascón en la rodilla, pero nuestros chavales ¿no estarán haciéndose rascones en el alma con esos juegos tan violentos? Gracias por tu comentario.

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