miércoles, 31 de diciembre de 2014

Como el año que fue.



En la puerta del sol, en la plaza del pueblo o en el sofá de casa. Me consta que hay gente que se ha ido a Londres, a Nueva York o al Caribe. Pero esta gata que ronronea sobre el teclado va a elegir, por diversas y múltiples razones, la última opción. El sofá de casa, la mantita por encima de las piernas, mis gatos a mi lado, la tele puesta y una copita de sidra el Gaitero, que el cava me sienta como un tiro. 
Un año más. Cómo pasa el tiempo -decimos-, y es verdad. Hoy mi hijo mayor cumple 22 años. No me lo creo. Hace nada era un niño y ahora es ya un hombre. Así que como dice la canción de Mecano, "Como el año que fue, otra vez el champagne - en mi caso Gaitero-, y las uvas, que va a ser que no, porque nunca he seguido esa tradición. 
Qué tengáis un buen año. Que nadie os quite la esperanza. Que los ladrones de sueños no entren en vuestras almas. Que luchéis a muerte por aquello que amáis, por lo que soñáis. Porque -creo que lo he dicho más de una vez-, la vida sin sueños es un desierto hostil por el que no vale la pena caminar. Adelante, que nos espera un largo año cuyas páginas no están aún escritas. Empecemos, pues, a escribir. Saludos y muchos besos. 

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Tregua de Navidad de 1914. Hoy hace 100 años.



 HOY HACE 100 años. Los hechos ocurrieron en la Primera Guerra Mundial. Las trincheras de ambos bandos estaban separadas por sólo cincuenta metros.  Una noche, los soldados del frente aliado escucharon cantar Noche de paz  a los soldados alemanes,  sus enemigos. Era Nochebuena. No entendían la letra, pero sí la música, y todos se pusieron a cantar. Un soldado saltó los alambres de espinos que le separaba de la trinchera enemiga pero nadie disparó. Cuando amaneció,  el Día de navidad, jugaron un partido de fútbol, hablaron, compartieron sus miedos y sus sueños,  celebraron la Navidad. En la despedida, un soldado alemán le entregó a uno británico seis cigarros y una tableta de chocolate.  Este anuncio de chocolate se basó en esa historia real, de la cual  hay numerosos testimonios, y que acabó convirtiéndose también en una película. Una historia que nos demuestra una vez más que  la paz está en el corazón de los hombres, de todos los hombres. Os dejo con el vídeo porque sobran las palabras. 

lunes, 22 de diciembre de 2014

Entre las páginas de un libro.


Hace unos años, mi primo Josep Joan M. Sanchis-Puig, escritor y profesor de filosofía, hizo un extenso trabajo de investigación sobre la figura y la obra de Joan Baptiste Pastor Aycart, escritor, medico rural y antepasado de ambos.
Fueron meses los que dedicó a desentrañar la historia de sus letras, de ejercer de ratón de biblioteca, de entender la letra de médico de aquel hombre que llegó a ser una figura importante de la Renaixença valenciana, junto a Teodoro Llorente.
Pues bien, una tarde de invierno que pasaba recluido en el museo municipal dedicado al poeta Pastor -que se halla en Beneixama, población en la que nació y vivió-, Josep encontró algo entre las páginas de un manuscrito. Se trataba de un mechón de pelo, de un largo mechón de pelo que, según los datos adjuntos, pertenecía a la primera esposa del poeta, fallecida en la terrible epidemia de cólera que asoló Alicante en el año 1854.
Un mechón de pelo que había permanecido entre las páginas de un libro más de cien años. 
Mas de uno -espero-, se estará preguntando a qué viene todo esto. Lo explico. Cuando Josep Joan nos contó esta anécdota, yo pensé en la cantidad de cosas que puede uno encontrarse entre las páginas de un libro: esa foto que creías perdida, un recordatorio de la primera comunión, una servilleta de papel donde apuntaste aquel teléfono, un verso improvisado a pie de pagina...  Pequeños o grandes recuerdos que quedan prendidos como broches imperecederos a esas paginas que algún día olieron a tinta nueva. 
Y después pensé en ese moderno y extendido invento llamado  ebook, ese vomitador de palabras que apenas ocupa lugar, ese invento perverso del cual se dice que algún día acabará con los libros en papel.
Me niego a creerlo. No quiero que eso suceda aunque presiento que puede ser posible. ¿El fin de una época? 
Este verano, por motivos de trabajo, tuve que desplazarme de la ciudad al pueblo y viceversa más a menudo de lo que hubiera deseado. Iba en tren, un regional exprés que tenía su destino final en Cartagena y del que yo bajaba en Villena. En los vagones, mayoritariamente habitados por gente joven, la gente charlaba, escuchaba música con auriculares o jugueteaba con sus móviles. Pero alguno - más de uno, por supuesto-, leían en su ebook. De hecho, mas de una vez comprobé que la única que leía un libro en papel era yo. Era yo la única que podía escuchar el sonido de las páginas al pasar; era yo la única que podía oler el perfume - sí, perfume- a tinta nueva; era yo la única que podía acariciar el lomo suave de aquella publicación que se mecía entre mis manos.Y me inquietó ver a mi alrededor esa amalgama de literatura táctil, me disgustó esa invasión tecnológica que asfixiaba la existencia de mi libro en papel. 
Pero supongo que el progreso tiene su precio y, más pronto o más tarde, hay que pagarlo. Sin embargo, yo seguiré yendo a la biblioteca de mi barrio para husmear entre las estanterías. Y seguiré comprando libros en papel mientras mi cabeza sea capaz de entender y mis ojos capaces de leer. De igual forma, puedo aseguraros que los libros que hoy inundan mi casa permanecerán en las estanterías mientras a mí me quede un aliento. Es posible que dentro de cincuenta o incluso cien años, alguien encuentre entre sus páginas amarillas, un mechón de pelo, una estampa de la primera comunión, un verso, una flor seca o simplemente un mensaje:  No podéis ni imaginaros qué bien huele un libro de papel recién comprado.

Nota de la redactora: Josep Joan Martinez Sanchis-Puig, que escribe con el pseudónimo de Joan Benesiu, ha publicado: Mes enllà de la poesía (biografía de Joan B. Pastor Aycart): Intercanvi, premio Blai Bellver de Narrativa 2007 y Els passejants de l´illa de Xàtiva, además de numerosos relatos.  








viernes, 19 de diciembre de 2014

Oro, incienso y mirra.

Recorrieron cientos de kilómetros persiguiendo una estrella. Lo cierto es que no eran reyes ni magos, Eran astrónomos, friquis, adorables friquis capaces de alcanzar una luz en el desierto. Probablemente, pasaron mucho calor durante el día y mucho frío durante la noche, pero siguieron adelante. Algo les decía que aquella estrella les llevaría a algún lugar, quizás anteriormente presagiado. Acamparon en diminutos oasis, islas de vida perdidas en el árido desierto. Cuidaron a sus camellos y los alimentaron. Se enzarzaron en largas conversaciones sobre el Universo al calor de una hoguera.
Luego, cuando encontraron al niño, le dieron cuanto tenían: oro, incienso y mirra. Lo observaron con ternura mientras hablaban con María y con José.
Quizás es esa la magia de la navidad, ese espíritu que nos afanamos en buscar y que se esconde reacio entre neones cegadores y ofertas publicitarias. 
Caminar en busca de alguien, acercarse a ese alguien y entregarle cuanto tenemos. Posiblemente, no poseamos oro, pero podemos ofrecer palabras. Es posible también que no tengamos incienso, pero podemos ofrecer sonrisas. De la mirra ni hablaros quiero porque ni sabríamos encontrarla, pero, en cambio,  podemos ofrecer abrazos. 
Así que para todos vosotros, queridos y fieles lectores: palabras, sonrisas y abrazos.
Y si alguna vez tengo oro, ya os doy un toque. 

martes, 16 de diciembre de 2014

Cuestionándome la parábola del hijo pródigo



Los que hemos tenido una educación cristiana, conocemos la parábola del hijo pródigo. En esta parábola se cuenta que un hombre tiene dos hijos, y el más pequeño de los dos le dice que ya va siendo hora de que reparta la herencia. El padre así lo hace. Con el dinero en la saca, el hijo pequeño no tarda en irse de casa. Entonces comienza una vida de excesos y despilfarros. Meretrices de buen ver, buena comida y amistades peligrosas. Se lió el chico con cuantas titis descaradas se encontró a su paso en aquella tierra que después llamaron santa. Y cuando se fundió todo el dinero que su padre le había entregado y estaba en la puta miseria, volvió a casa. No porque estuviera arrepentido, sino porque no había otra.
El padre, al verlo, se tornó loco de alegría. Le abrazo y organizó para él un banquete de lujo, haciendo sacrificar en su honor al cordero mas hermoso de su rebaño.
Así las cosas, el hijo mayor que había permanecido junto al padre todos aquellos años haciéndose cargo de la hacienda, le dijo a éste que aquello no estaba bien. Le expuso claramente que él había estado a su lado durante la ausencia del hermano, doblando el lomo, madrugando, cuidándolo, y que nunca le había organizado un banquete ni había matado un cordero en su honor. El padre le contestó que él siempre había estado y su hermano era el hijo que había perdido y había vuelto a hallar.
Vaya. Perpleja me quedo. La doctrina Cristiana da una explicación singular a esta parábola afirmando que, por una parte, es una respuesta a las críticas de los escribas y fariseos, y por otra, un reconocimiento de la misericordia y la compasión de Dios hacia los pecadores. Igualmente, la doctrina judía reproduce esta parábola y da a la misma una explicación completamente diferente. Dentro del judaísmo nazareno, esta parábola simboliza el retorno de la casa de Efraim. Las diez tribus pérdidas de Israel y su unión final a la casa de Judá.
Pero veamos ahora qué dice el sentido común. En esta historia, entendida  como simple relato, el padre es tonto.  No ha sabido apreciar el esfuerzo del hijo mayor, del que ha permanecido junto a el, del que probablemente se ha visto privado de los placeres de la vida por cumplir con sus obligaciones cotidianas.
Por el contrario, le ha montado el gran sarao al hijo que ha dilapidado su herencia, al que se ha tirado cuanto se movía frente a el, al que se ha movido en círculos poco aconsejables. El hijo pequeño es sin duda un pequeño Nicolás bíblico, un aprovechado de la vida, un cantamañanas, y probablemente, un tío con cierto carisma. Vuelve a casa no porque se siente  arrepentido sino porque no le quedan mas narices, porque se muere de hambre, porque se niega a trabajar en una granja de cerdos. ¿Un banquete, un anillo, el mejor vestido? Una buena hostia es lo que merecía ese tunante de tres al cuarto que no hace sino aprovecharse de la bondad de los demás. ¿Y que podríamos decir del hermano mayor? Sin duda es un buenazo, un cándido bienintencionado, una de esas personas que creen que el esfuerzo y la fidelidad le serán recompensados en vida. ¿Y con qué se encuentra? Con la decepción de saber que, aun estando siempre en la brecha, el padre no valora su esfuerzo perseverante, y el hermano, menos.
La parábola termina ahí pero yo me hago varias preguntas que a lo mejor alguno de vosotros osa responder: ¿Qué hizo el hijo pródigo después del banquete? ¿Se largó a vivir su vida o por el contrario, se puso a cuidar el ganado? Y otra propuesta mas inquietante, ¿Qué hizo el hermano mayor después de este suceso? ¿Se fue a gastarse su parte de la herencia como había hecho su hermano, o se quedó cuidando de la hacienda por los siglos de los siglos? No se. Estas historias bíblicas siempre acaban confundiendo mis neuronas. A ver si alguno de vosotros aporta alguna idea. 

Nota de la gata: el magnífico cuadro que acompaña estas letras es "El Hijo Pródigo", de Bartolomé Murillo. 

martes, 2 de diciembre de 2014



Avanza  por la calle Colon a buen paso. Tiene porte, figura, saber estar. Y lo sabe. Lleva zapatos de medio tacón porque le sobra altura. Cubre su  cuerpo esbelto con un vestido y una chaqueta de lana roja y botonadura cruzada
Mira de reojo los escaparates de las pequeñas boutiques de lujo en las que se ofrecen toda suerte de artículos exquisitos que, pese a la crisis o por ella misma, siguen vendiéndose como palomitas  a la puerta del cine.
Hace una tarde espléndida de otoño y las rosas de los cercanos parterres florecen con descarada belleza. Sin embargo, ella no aminora el paso. Es más que probable que tenga prisa.
- ¡Carla!
Escucha su nombre pero no se detiene. Mas aún, acelera el paso.
-¡Carla!- grita de nuevo la voz cantarina-.
La mujer, al fin, se para y se acerca a la tienda desde donde la llaman. Dos besos breves en la mejilla, miradas fugaces y mutuas.
- Cuánto tiempo, Carla- le dice la mujer observándola atentamente-.¿Es que te has ido de la zona?
-Si -responde Carla-. Ahora vivo  a las afueras.
- Qué suerte. Seguro que tienes un buen jardín.
- Claro. Es muy tranquilo.
- Estoy segura. Pasa.
La tienda es pequeña pero está decorada con un gusto exquisito: dos lámparas de Tiffanys iluminan la  estancia con luz amarilla y breve.
 -Ven -dice cogiéndola del brazo con familiaridad-, tienes que ver este vestido.
-No tengo tiempo -se excusa Carla-.
-¿Cómo que no tienes tiempo? Una mujer de tu clase siempre tiene  tiempo. Pruébatelo. Hazlo por mí ¿Sigues gastando una cuarenta?
Carla afirma con la cabeza y mira el reloj. No se atreve a decir que tiene prisa.
-¿Y tu marido, guapa? ¿Sigue en la misma empresa?
-  Ahora está en la delegación de Londres.
- Oh, me dejas muerta -exclama la dependienta poniendo los ojos en blanco -. Hay unas tiendas en Londres...
El vestido es azul marino como sus ojos, con un detalle de pedrería  bajo el pecho y  una pequeña capa que nace en los hombros y se entrecruza en la  espalda.
-Te sienta de maravilla. ¿Te lo reservo?
 Carla sabe que debe ser cauta, tajante, demostrar tener tanta seguridad como la había demostrado en el pasado.
- No me lo reserves. Es precioso si, pero me gusta comprar los vestidos para eventos concretos y éste...
- Éste es para un fondo de armario de lujo, Carla - la interrumpe la dependienta-. Es una ocasión.
 La mujer comienza a sentirse mareada.
- Lo siento, Adela - se disculpa-. De verdad que tengo prisa.
- Aún así - afirma Adela con una falsa sonrisa-. Te lo reservo durante una semana.
- Como quieras.
Sale de la tienda acalorada, como si hubiera hecho una larga carrera. La primavera surge incluso en los pequeños brotes que nacen entre las piedras de los viejos edificios. Carla  acelera el paso mientras sonríe agachando la cabeza. "Mi marido está en la sucursal de Londres", había dicho. Efectivamente, la Interpol lo había detenido cuando salía de su hotel en Londres y ahora veía pasar los días tras los barrotes de una vieja cárcel  británica, hasta que fuera extraditado a España. Cabrón- murmura en voz baja. La había dejado con lo puesto. El juzgado le embargó el espacioso piso de la calle Ciscar y ahora vive en una vieja portería de un edificio perdido en un barrio del extrarradio. Carla lanza su lacia melena hacia atrás como si quisiese así tirarse de encima los malos, infames recuerdos. Se introduce en la calle Pizarro y acelera aún más el paso. Pocos metros más allá, entra en un portal que, por su aspecto, parece de abolengo. El portero la mira con admiración.
- Hola Carla.
- Buenos días Antonio - contesta ella-.
Sube en el ascensor hasta el  quinto piso. Llega tarde y sabe que Aurelio exige puntualidad, tanto que tiene un reloj en cada estancia de la casa. Le abre la doncella.
- Llegas tarde.
Carla no contesta. Entra en un pequeño cuarto, se cambia de ropa y sale rápidamente. En la puerta  sigue esperándola la doncella con gesto hosco. Lleva una escoba en la mano.
- Toma - le dice mientras se la entrega-. Empieza por las habitaciones de los niños, y date aire que no tenemos todo el día.
El aire de otoño huele a lluvia.

viernes, 21 de noviembre de 2014

Días perros




En ocasiones, un viento del norte frío y áspero sobrevuela mi alma destartalada. Un hijo del averno, un leviatán perdido, devorador de sueños en el ocaso,  parece haber traspasado las paredes de la casa hasta minar los cimientos de mi vida. Por mucho que seas una experta en mentirte, sabes que todo se precipita hacia el abismo en un amasijo de esperanzas desahuciadas . El puto mes de noviembre empezó mal y no ha levantado cabeza. Desmoralizada, agobiada por la incomunicación y el silencio, publicas en face tu desesperación, implorando que alguien vaya mas allá de teclear con desgana la tecla de me gusta.  Esperas un rato y luego tienes que digerir a duras penas, mientras la bilis atraviesa tu esófago, toda clase de mensajes escritos en positivo. Porque si, eso es lo que se lleva ahora, pensar en positivo, negar la evidencia, mirar hacia otro lado, sonreír como bobos como si la vida fuera un eterno anuncio de coca cola.
Pero resulta que la chispa de la vida te ha prendido fuego  y te esta quemando viva mientras el tiempo, la suerte o no sé qué ente maligno, se ensañan en tu vida hasta arrancarte de cuajo lo que, sin saberlo, mas amabas: la rutina, la cotidianidad, la dulce melodía de un día normal.
No os preocupéis demasiado.  Si escribo con este pálpito de tragedia griega, es porque se me ha roto el coche, la pierna - el peroné-, dos sillas, la nevera, la tapa del water, dos vasos y un jarrón. ¿Parece extraño, no?  A veces la realidad supera la más perversa ficción. Abrazos desesperadamente virtuales.

martes, 28 de octubre de 2014

Caperucita y el hombre feroz.



El sol brillaba en un cielo inmenso y azul.
- Ve por la sombra.
- Sí mamá.
- No pierdas el tiempo.
- No mamá.
- No hables con desconocidos.
La niña se volvió hacia su madre. En su cara regordeta y angelical había un gesto de haztazgo.
- Todos los días me dices lo mismo, mamá. Es que ya me aburres.
- Y no me cansaré de decírtelo, Caperucita. Anda vete ya y dale un beso a la abuela de mi parte. Dile que las tortitas no llevan azúcar.
- Pero si ella puede...
- Por si acaso. Anda vete ya, Caperucita
La niña se metió en el bosque mientras tarareaba una canción improvisada:
El tiempo no perderás
por la sombra caminarás
y si ves a alguien que no conoces
huiraaaás. 
Y fue en ese instante cuando la niña escuchó un ruido entre los arbustos. Caperucita aminoró el paso y miró a uno y otro lado. Nada debo temer - se dijo a sí misma-, porque conozco el bosque como la palma de mi mano. De repente, frente a ella, un gran lobo apareció en el camino.
- Hola loba luna ¿dónde vas? - dijo Caperucita-. Me has dado un buen susto.
- Huyo despavorida.
- ¿Por qué huyes?
- Un peligro acecha en el bosque, Caperucita, un peligro terrible.
- ¿Qué peligro?-preguntó Caperucita muy asustada-.
 -Ha llegado un extraño ser que mata por placer, se esconde entre el ramaje y lleva encima una vara tan mágica como maligna, que en un segundo te puede romper en mil pedazos.
-¡Oh! - exclamó la niña-. Debo correr y contárselo a mi abuelita. Ella sabrá lo que hay que hacer.
Caperucita corrió por el bosque como una liebre, saltó ramas, cruzó torrentes, trepó a los árboles y al cabo de un buen rato llegó a casa de su abuelita, que hacía un crucigrama en el pequeño salón pintado de rosas azules.
- Abuelita, abuelita - dijo precipitadamente-, he visto un árbol de un señor que dice que tiene magia y rompe en pedazos la luna de Loba.
La abuela levantó la vista del crucigrama, se quitó las gafas y la miró con interés.
- Lo que dices no tiene sentido. Anda tranquilízate y vuelvemelo a contar.
- He visto a loba Luna y me dicho que hay un ser en el bosque que mata por gusto y que tiene una vara mágica y destructora.
La abuela se rascó la barbilla como si estuviera meditando.
- Ahora ya lo voy entendiendo, Caperucita. Espera que me abrigue que se va enterar ese extraño ser de la vara mágica.
Caperucita y su abuelita salieron al bosque. Atardecía y una luz dorada iluminaba las copas de los árboles. El bosque a aquellas horas, estaba lleno de vida.
- Espera, he oído algo - dijo la abuelita-.
Caperucita se paró en seco. Ella también había escuchado un ruido ¿Sería aquel ser extraño que mataba por placer?
- ¿Quien anda ahí?- preguntó la abuela con voz grave-. Si no sales en un minuto te tiraré una piedra y te sacaré las malas ideas de esa testaruda tez.
Primero asomó una cabeza rubia y luego otra morena.
- Son dos niños - dijo Caperucita-. ¿Qué hacéis en el bosque a estas horas?
- Nos hemos perdido - contestó el niño que parecía mas mayor que la niña-.
- ¿Y dónde os creéis que vais, pequeñajos?
- Hemos visto una bonita casa a los lejos. Sale humo por la chimenea. Pensamos que podríamos dormir allí.

- ¿No será esa casa que hay entre las rocas, al borde un de un profundo precipicio? - preguntó la abuelita-.
- Esa - dijo la niña sonriendo-. ¿A qué parece sacada de un cuento?
- De un cuento de terror - contestó la abuela. Ahí vive una recaudadora de impuestos jubilada. Os puede sacar hasta el higadillo. Tendréis que venir con nosotras. ¿Cómo os llamáis?
- Yo, Hansel - dijo el niño-.
- Y yo, Gretel - dijo la niña-.
-  El caso es que esos nombres me suenan - sugirió la abuela. Sigamos.
La oscuridad se adueñó del bosque y una lengua de frío se extendió bajo las copas de los árboles más altos. Caperucita, la abuelita, Hansel y Gretel seguían caminando despacio cuando vieron un raro resplandor a los lejos.
- Allí, junto a la cascada ¿has visto?
- Es una chica que duerme - afirmó Gretel conmocionada-.
- Ah, esa - exclamó la abuelita con tono despreciativo-. ¡Pues no lleva tiempo durmiendo! Parece ser que espera a un príncipe que tiene que despertarla de su dulce sueño, pero ya lleva así meses.
- Pobrecilla, vamos a verla. A lo mejor necesita algo -propuso la niña-.
Los cuatro se acercaron despacio y la rodearon con admiración.
- Es muy guapa -dijo Hansel-. ¿Y si la beso yo?
- Tú quieto - dijo la abuelita-, a ver si se nos duerme para siempre.
- ¡Tiene pulgas! - exclamó Gretel aterrorizada-.
- Y a saber qué más - respondió la abuela-. Sigamos antes de que se nos peguen.
Un ruido interrumpió su charla. Un caballo a todo galope se acercaba hacia ellos levantando una gran nube de polvo.
- ¿Habéis visto a una muchacha que duerme un dulce sueño al rumor de las aguas cristalinas de la cascada?
- Ahí detrás la tienes - respondió la abuela-. ¿Se puede saber cómo has tardado tanto?
El apuesto joven no contestó, desmontó del caballo y corrió hacia la muchacha.
- Ya verás qué pasa... - susurró Caperucita-.
- ¡Niña!- exclamó la abuela-. ¿No sabes que el amor todo lo puede todo lo soporta, todo lo...?
- ¡Pulgas!

Como corcel llevado por un viento huracanado pasó el príncipe en dirección contraria al lugar donde yacía la joven dormida.
- Te lo dije - avisó Caperucita-.
El silencio se hizo entre ellos. Debían encontrar al ser extraño que mataba por placer antes de anochecer. A su derecha pudieron escuchar unos pasos rápidos seguidos de un incesante parloteo.
- El que faltaba - dijo la abuela-.
-. ¿Quién?- pregunto Gretel curiosa-.
- Es Sid, el perezoso de la Edad del hielo. Habría que cortarle la lengua para que dejase de hablar.
 Sid se acercó hasta ellos con los ojos espantosamente abiertos.
- Me persiguen. Vengo de la Edad del hielo. Viene una glaciación ¿ o dos? No sé. ¿Donde está Many? ¿Quienes sois?
La abuela le cogió por los hombros.
-¿Quieres relajarte o me va a dar un ataque ¿Quien te persigue?
- Un ser, feo, con una larga vara... Viene una glaciación. ¿Quienes sois?
-Este chico creo que toma demasiados refrescos azucarados -susurró la abuela-, y dijo:
-Somos los amos del bosque e intentamos encontrar a ese ser que te persigue antes de que mate al lobo.
- Pues ahí está - exclamó Caperucita dando instintivamente dos pasos atrás-.
Un hombre alto, vestido como un matorral y con una larga vara en la mano se acercaba a ellos. La abuela no se arredró.
- ¿Qué haces aquí? - preguntó-.
- Buscar al lobo ¿Lo habéis visto?
- ¿Y si lo hubiéramos visto?
- Mejor me lo decís - dijo aquel ser huraño levantando la vara de madera y hierro que escupía fuego.
- ¿Acaso te he hecho daño?- preguntó Hansel-.
- No.
-¿Acaso se ha comido tus ovejas?- indagó Caperucita-.
- Yo no tengo ovejas.
- ¿Acaso ha entrado en tu casa y te ha robado los calzones?
- Abuelita.. -susurró Caperucita-, no seas descarada.
- No, no ha entrado en mi casa ni se ha comido a mis gallinas ni..
- ¿Entonces?
- Es un peligro.
- ¿Para quién?

Aquel hombre se estaba quedando sin palabras.
- Para mí.
Entonces - dijo la abuelita rodeándolo-. ¿Por qué vienes al bosque?
El hombre retrocedió lentamente sobre sus propios pasos.
- Tienes un minuto - dijo la abuela-, para salir corriendo. De lo contrario, vendrá la loba Luna y todos sus primos.
- ¿Sus primos?
- Diez lobos, grandes como osos y fuertes como leones. Ahueca el ala o te vas a quedar sin plumas.
Y aquel hombre feroz, matador de animales que en nada le molestaban, salió corriendo en dirección a su cuatroporcuatrodieciseis y se marchó a su ciudad contaminada de la que nunca debió haber salido.
- Vamos a despertar a la tonta durmiente - dijo la abuela-, porque si espera que vuelva el príncipe de sus sueños va lista. En cuanto le quitemos las pulgas - afirmó dirigiéndose a los niños-, cuidará de vosotros. Y ahora, vámonos, antes de que bajen los lobos.
- Pero no habías dicho... - preguntó Caperucita-.
- ¿Tu has visto a los primos de Loba Luna? ¿no? Pues yo sí. Haz lo que te digo.

Y la abuela, Caperucita, Hansel, Gretel, la Tonta durmiente y Sid el perezoso se adentraron  en el bosque cogidos de la mano en dirección a la casita del bosque.

En lo alto de una loma aulló la loba. Y parecía un aullido feliz.




martes, 14 de octubre de 2014

Tarjetas negras.



La madre tiende la ropa al sol, un sol de octubre, que por justiciero, parece arrancado al mes de julio.
- ¿Mamá, qué es un fantasma?
La madre deja las pinzas sobre el cesto.
- Pues no sé - dice-. Alguien que se aparece y te da un susto.
- ¿Y algo negro?
- Pues algo negro, hijo. Mira que haces unas preguntas...
- ¿Y algo opaco?
Una pinza cae al vacío.
- Búscalo en el diccionario, que para eso lo tienes.
El niño vuelve a su mesa de estudio. Busca en el diccionario como le ha aconsejado su madre. Ella sigue tendiendo la colada.
 - Mamá, el diccionario dice que es algo que impide el paso de la luz y que también impide ver a través de su masa lo que hay detrás.
- Pues eso - corrobora la madre mientras tiende una camiseta-.
Otra pinza cae al vacío.
- Si impide el paso de la luz es algo oscuro ¿no?
- Y tanto- contesta la madre-. Pero ¿a qué vienen tantas preguntas?
- Han dicho en la tele que hay unas tarjetas negras, opacas, fantasmas, oscuras, que sirven para comprar de todo: helados, comidas, masajes, juguetes... ¿Por qué tú no tienes una?
- Porque soy pobre y gilipollas, cariño.
- ¿Y quienes tienen las tarjetas?
La madre deja el cesto de la ropa sobre la mesa camilla que hay junto a la ventana.
- Pues todos aquellos que son unos ladrones, chorizos, rateros, mangantes, estafadores, corruptos, abusones y cabr... cretinos.
El niño abre los ojos como platos llanos.
- Es increíble - dice-.
- Ya lo ves, cariño, esta es la sociedad en la que vas a crecer.
- No, si no digo que sea increíble por eso.
- ¿Entonces?
- Por la cantidad de sinónimos que tiene el castellano.
Y la ropa vuela con la brisa cálida de un día de otoño perdido en el verano.

jueves, 9 de octubre de 2014

Excalibur


Perro Excalibur fue sacrificado

El miedo es una enfermedad que no tiene cura. Se extiende como un viento ponzoñoso y convierte al amigo en sospecha, al cercano en apestado. En aquel ministerio, un día de otoño, al miedo se le unió la ignorancia. 
- Señora ministra, que la enfermedad se extiende, que el virus es malo con ganas, que la sociedad se levanta. Hay que hacer algo. Salimos en la prensa de todo el mundo. Es el primer caso de contagio en Europa. Las sombras de la incertidumbre se ciernen sobre el ministerio. La calle quiere su cabeza. El lado oscuro ha pasado a nuestro lado. Que le dieron paracetamol, señora ministra, que somos el hazmerreír del mundo civilizado y del otro, que el protocolo tiene más grietas que un edificio de Calatrava. Que tenemos chubasqueros, pero cortos de mangas, que esto se nos va de las manos. ¿Qué hacemos, por Dios, que hacemos?
- Habla con el consejero.
El hombre corre cual liebre infectada, atraviesa la ciudad sobre la que apuntan vestigios de pánico ancestral. 
- Señor consejero, que la enfermedad se extiende, que el virus no tiene cabeza, que el lado oscuro no responde al paracetamol, que el protocolo de los chubasqueros se nos queda corto, como las mangas, que el contagio de las grietas es inevitable, que el ministerio se levanta contra la sociedad. que la cabeza de Calatrava se nos va de las manos ¿Qué hacemos, por Dios, qué hacemos? 
 Sin duda, los nervios le pueden. 
El consejero le mira. Es orondo como una galleta oreo. Lo tiene muy claro. 
- Que maten al perro. 

Y muerto el perro, comienza la rabia. 

sábado, 27 de septiembre de 2014

Mi blog cumple tres años.


Había escrito a mano un texto conmemorativo de mis tres años como bloguera. Lo había escrito concienzuda, ilusionadamente. Y lo perdido. ¿Qué queréis que os diga? Igual lo encuentro mañana, pasado o nunca. Así que he decidido volver a escribirlo porque tres años no se cumplen todos los días. 
Como muchos de vosotros, queridos blogueros y lectores. más de una vez me he sentido tentada de tirar la toalla, de dar carpetazo y decir hasta aquí hemos llegado. Pero no sé qué fuerza interna - o externa-, me ha hecho continuar escribiendo, algo que empecé a hacer cuando tan sólo contaba doce años. 
Así que hoy estoy de fiesta. Más de 15.000 visitas, 60 seguidores -´muy fieles, por cierto-, 900 comentarios y, sobre todo, muchos amigos, incluso allende los mares.  No voy a decir nombres porque siempre olvido a alguien y eso me da mucha rabia, pero mientras escribo estas improvisadas líneas, recuerdo cada uno de vuestros nombres y de vuestros blogs.
Hoy mi jardín de jazmines abandonados es un jardín florido lleno de gente que quizás llegó de forma casual y se ha quedado para siempre. 
En estos tres años he aprendido algunas cosas que no están de moda: trabajo constante, ilusión y perseverancia. Es verdad que en ocasiones la inspiración nos sopla cosas al oído y en otras parece que se toma vacaciones. Pero cuando hay algo que contar, al final se cuenta. Puede ser que con palabras más bellas o más vulgares, pero al final se cuenta.
Así que levantemos nuestras copas y brindemos por el placer de escribir unas palabras junto a otras y construir frases que puedan llegar, y conmover, el corazón de alguien. 
Y si mi blog cumple tres años es, sin duda, gracias a vosotros. Porque sin lectores un escritor no es nada. Gracias.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Si tu me dices ven...


Es curioso, pero si tu me dices ven, no dejo nada, posiblemente ni la incómoda silla sobre la que estoy sentada. Si tu me dices ven, correré en dirección contraria, hacia el ocaso de un sol hastiado. Si te atreves a ofrecerme tus momentos más ocultos, te diré que yo no oculto nada y  que tus secretos me importan menos que la liga sudafricana. 

Si tu me dices ven, vas a quedar esperando bajo la calima más asfixiante. Nada va a cambiar y no habrá más felicidad porque yo ya la tengo toda. Si tu me dices ven, vas aviado. 

Indecisiones - dices-, ya no las siento, porque estoy decidida a vivir mi vida con aplomo, para unir mi alma con aquellas almas de los que amo, para estrechar mi corazón con el de aquellos cuyo corazón late por mi.

No te atrevas a llorar conmigo, ni por asomo,  no quiero sucias lágrimas sobre mi blusa nueva. Si quieres la salvación búscala en otra parte, al precio que te pongan los predicadores de cualquier especie para salvar tu alma. 

Porque si tu me dices ven, no dejo nada. Ni se me va a hacer tarde para nada,  ni mucho menos me voy a encontrar perdida en la calle, sin rumbo y en el lodo. Si tu me dices ven, húndete en ese fango que auguras para mí, hasta que te llegue al cuello y te impida respirar. 

Si tu me dices ven, no dejo nada, ni siquiera la incómoda silla sobre la que estoy sentada. 

Has llegado tarde, muy tarde. 


(Basado en la letra de la canción Si tu me dices ven de Los Panchos). 







miércoles, 17 de septiembre de 2014

Hoy traigo un invitado

Castillo de Castro, en la Sierra Espadán. (Castellón)

Hoy no voy a escribir. ¿Qué pasa? ¿A quién le molesta? Oye, que hace mucho calor y las ideas se evaporan, que la gente está harta de mis historias de gatos y, además, tengo la cena por hacer y una lavadora por tender. ¿Os parece mal? pues lo siento.
Hoy voy a dejar que escriba mi padre. Murió hace doce años y dejó escritas algunas cosas, muy pocas. Hoy, por casualidad he encontrado uno de esos pequeños textos. Está fechado el 15 de junio de 1987, pero la historia que cuenta se remonta al 15 de junio de 1938. A él le hubiera gustado verla publicada, así que os dejo con un retazo de unas memorias que nunca llegó a terminar.
15 de junio de 1938. Siete de la tarde. 
Estamos en la playa de Cullera, varios paisanos destinados en el batallón de ametralladoras. Esperamos, como todos los días, la llegada de las barcas de pesca que nos suministrarán de pescado fresco para la merienda cena de dicha tarde. A lo lejos distinguimos más mástiles de los habituales. No eran cuatro o cinco barcas las que llegaban como todos los días, sino diez o doce. De momento, aquello era inexplicable, algo pasaba. Tendríamos que esperar la llegada para saber a qué atenernos. Tardaron en llegar un buen rato. A medida que se acercaban a la costa pudimos ver que las barcas venían a tope de gente. Cuando estaban ya casi medio varadas en la arena, empezaron a bajar mujeres, niños, ancianos, todos ellos dando unos gritos alucinantes: ¡los nacionales han cogido Castellón de la Plana! ¡Aquello es un espectáculo dantesco, la gente huye como puede, a pie, a campo través, por mar!. ¡Han entrado en Castellón y las fuerzas republicanas ya no oponen resistencia, no los pueden contener! - gritaba una mujer completamente angustiada., Con sus bardos y sus maletas  venían hacia nosotros. ¿Vosotros qué hacéis aquí? - nos decían-. Id a contenerlos - gritaba una joven. Si más pronto lo dice un toque de corneta nos puso a todos sobre aviso. El cornetín de órdenes de nuestro batallón tocaba generala. ¡Al cuartel todos! ¡urgente! nos dijo un oficial que acompañaba al cornetín. Rápidamente nos fuimos al cuartel que estaba junto a la estación del tren. Al llegar a la explanada de la estación ya vimos un convoy de siete u ocho vagones con una locomotora que echaba humo negro y denso, no había duda que estaba haciendo presión, así como que aquel convoy venía a por nosotros. La gente acudía a la estación comentando a voces: ¡se van los soldados! ¡los nacionales han cogido Castellón ¡se van a ver si pueden pararlos! 
Diez de la noche. El convoy se pone en marcha. La gente agita los pañuelos en señal de despedida; la gente, emocionada, llora. 
Doce de la noche. El convoy está parado en las afueras de la ciudad de Valencia. Hay un silencio sepulcral. Los haces de luz buscan en el cielo a los aviones enemigos, que intentan bombardear la capital. Se oyen unas estampidas. Están bombardeando el puerto. Las bombas caen en el Grao, según comenta un empleado de ferrocarriles que está hablando con varios de nuestros compañeros...


Y hasta aquí. No he encontrado la continuación, pero me ha parecido un testimonio interesante. En el año 38, cuando suceden los hechos, mi padre tenía 18 años y luchaba en la zona que le había tocado.  Ese tren que se había detenido en Valencia, les condujo hasta los camiones que les llevaron hasta Lliria, y de ahí al frente. Primera línea. Estuvo en el frente de Espadán donde tuvieron lugar terribles combates, entre ellos la batalla del Castillo de Castro que se cobró numerosas víctimas Pero, afortunadamente, pudo contarlo y escribirlo. Así que disculpadme por haberle dejado hoy este espacio a él. Sin duda, lo que escribimos nos sobrevivirá y, de alguna forma, nos hará eternos, y no sólo a nosotros sino también a nuestros recuerdos.  

viernes, 12 de septiembre de 2014

¿Quién dijo que no tenemos memoria?



Estoy indignada y asombrada. ¿Por qué? ahora os lo digo, pero antes os diré que quien escribe estas es líneas es la Pequeña, la gata tricolor de Amparo que, pese al calor, anda por ahí haciendo recados. 
Y estoy tan moscagata ¿o es mosqueada? porque he sabido que hay por ahí quien aún se pregunta si los gatos tenemos memoria. ¿Memoria dicen? Más que muchos humanos que a veces ni siquiera saben dónde han dejado las llaves o han aparcado su megatransportín.  
Y ahora os cuento algo que ha pasado este verano. ¿Os acordáis de Pantera, aquel gatazo negro, enorme, brillante, de ojos amarillos que entró en la casa del pueblo el verano pasado? Pues ha vuelto. Entró con paso tranquilo y la seguridad de que iba a ser bien recibido, Mi dueña le dijo "Hola Pantera" y él se acercó ronroneando y haciendo topetes con su gran cabeza negra. Yo - la verdad-, gruñí como una fiera porque no quiero problemas. Si Pantera invadía nuestro territorio, Tito, mi pareja, se tendría que enfrentar con él, cosa que me alarmaba bastante porque Pantera le saca una cabeza y media, y no exagero. 
Pero no llegó la sangre al río. Después de unos cuantos bufidos, aullidos y algún encontronazo cuerpo a cuerpo, los dos acabaron compartiendo el suelo de porcelanosa de la gran entrada de la casa del pueblo. La verdad es que Pantera, a pesar de su aspecto feroz, es un gatazo tierno y ronroneador que siempre está buscando caricias y comida. Aún así, y para que no pensara que por ser hembra soy débil, cada vez que pasaba por mi lado, le daba un gran bufido para que tuviera muy claro de quien es la casa. 
A lo que íbamos. Pantera volvió después de un año y no se equivocó de casa, y es que, le pese a quien le pese, los gatos tenemos mucha memoria, más memoria que los canisperros y más útil que la memoria de los humanos (espero que mi dueña no lea esto).
Los gatos tenemos gran capacidad de aprender a través  de mirar y vivir (creo que a eso le llaman observación y experiencia). Los gatos podemos recordar perfectamente la cara y la voz  de quien nos trata bien y de quien nos da una patada en todo el morro. Además. -aprended humanos-, los mininos tenemos lo que vosotros dais en llamar una memoria útil, o sea, que sólo recordamos lo que realmente sirve para algo: nuestra comida favorita, dónde está el arenero y cuáles son  los lugares más soleados y agradables. Desde luego, también sabemos volver a casa aunque el camino no sea el más sencillo y, por supuesto, recordamos a las personas o a otros animales que hemos conocido y sabemos perfectamente hasta dónde podemos llegar con cada uno de ellos.
Se que ahora los niños juegan con maquinitas planas a las que no dejan de mirar. Creo que se llaman tabletas, como las de chocolate, pero ¿qué se creen que han inventado? La tabletilla esa, que de apellido creo que se llama IPAD, tiene 60 gigabytes para almacenar pensamientos y otras cosas, pero mi cerebro gatuno tiene unos 91.000 gatobytes, capaces de almacenar todo lo que me interesa: dónde se toma mejor el sol, quien te acaricia con más cariño, quien te pegó la patada o quien te estiró de la cola.
Por eso Pantera volvió a casa y reconoció a todos, incluso a mí y, afortunadamente para él, supo mantener las distancias porque aunque no lo parezca, cuando quiero soy una gata muy, muy fiera. 
Y un poco dulce. 



sábado, 6 de septiembre de 2014

Los gatos de Louis Wain



-Te pondrás bien. 

El hombre que está junto a la cama acaricia el cabello de la mujer con ternura. 
No estoy tan segura - contesta la mujer cuya palidez corrobora sus palabras. 
- ¿Quieres que te traiga a Peter?
- Por favor -, responde ella con una ligera sonrisa. 
El hombre sale de la habitación y vuelve con Peter, un hermoso gato que hace las delicias de la joven enferma. 
- Mira -le dice el hombre-, le voy a poner gafas y ahora va a leer el periódico. 
la joven, desde su debilidad, se rie. Peter será la musa de este joven ilustrador inglés para el resto de su vida. 



Louis  Wain nació en Londres el 5 de agosto de 1860. Un defecto congénito - labio leporino-, le apartó de la escuela y le obligó a pasar muchas horas vagabundeando por las calles de Londres. En su adolescencia estudio arte y pasó a ser profesor en la London School west of art. pero pronto se cansó y se convirtió en artista independiente, un ilustrador poco conocido hasta que comenzó a dibujar gatos, gatos antropomórficos, es decir realizando actividades propias de seres humanos. 
 Contrajo matrimonio a los 23 años con una mujer diez años mayor que él, Emily Richardson.Tres años después, su esposa enfermó de cáncer. Wain intentaba hacerle más llevadera su enfermedad con bromas en las que siempre participaba su gato Peter, un gatito callejero blanco y negro que habían rescatado después de oírle maullando una noche de lluvia. Fue entonces cuando su esposa tuvo una idea. Le aconsejó que dibujara gatos con actitudes humanas, gatos que ríen, que juegan al golf, que leen, que conducen. El ilustrador le hizo caso y a partir de ahí comenzó a tener un notable éxito y sus dibujos llamaron la atención y lograron el aplauso de toda la sociedad inglesa. Tarjetas, posters, tiras en periódicos... Su popularidad era tanta que el famoso escritos H.G. Wells - autor entre otras obras de la conocida Guerra de los Mundos-, afirmó que Los gatos ingleses que no se parecían a los que pintaba Wain se avergonzaban de sí mismos. 
Pero la muerte de su esposa lo hundió en un abismo de desesperanza, quedando destrozado por la pérdida. El resultado de esta profunda tristeza fue que malvendió todas sus ilustraciones, se quedó sin hogar y se vio obligado a emigrar a la ciudad de Nueva York en busca de un nuevo trabajo y una nueva vida. Pero no la encontró. Perdió el poco dinero que le quedaba y tuvo que regresar a Londres completamente desmoralizado. 
 El sufrimiento le venció. A los 57 años le diagnosticaron esquizofrenia. Su carácter cambió y se volvió irascible y desconfiado. Se encerraba en su habitación durante horas escribiendo textos que nadie conseguía entender. Sus hermanas, que lo habían acogido, se rindieron y se vieron obligadas a internarlo en un sanatorio psiquiátrico para pobres. A partir de ahí sus dibujos, antes amables, se volvieron inquietantes, atormentados. Cuando el primer ministro supo de su lamentable situación, fue trasladado al hospital real de Bethelem, en cuyos jardines vivían muchos gatos. Su inspiración volvió pero sus dibujos sólo podían expresar la pesadilla mental que vivía. Sus gatos abandonan el rostro dulce para convertirse en gatos electrizados, devorados por el color y la rabia. 

Poco a poco, sus repentinos cambios de humor se calmaron y él continuó dibujando por placer. Su obra, durante este periodo final, se volvió más abstracta, aunque siguió nutriéndose de su principal fuente de inspiración, los gatos. 
Falleció en 1939. 


martes, 2 de septiembre de 2014

Qué difícil es viajar para nosotros, los gatos.


Hace unos días mi ama y yo volvimos a Valencia desde el pueblo en el que nunca llueve. Primero tuvimos que ir del pueblo hasta la estación de tren más cercana. A mí - lo confieso- no me gusta el transportín porque no sé adonde me llevan, pero en vez de pegar cabezazos contra la puerta, como hace Tito, yo me conformo, doy dos maullidos y me pongo cómoda. 
La luz amarilla de la tarde entraba por las rendijas de mi jaula, hacía calor  y soplaba un poco de aire en aquel andén insulso y desierto. Cuando subimos al tren mi ama me dijo: 
- Tu calladita, porque de lo contrario me harán pagar medio billete. 
- Mau -contesté yo escandalizada-, que quería decir: Cómo voy a pagar medio billete de tren si no voy en un asiento, si estoy aquí metida en esta cárcel portátil como si fuera una tigresa salvaje, que ya me gustaría. 
Pero cuando se acercó el revisor, mi ama dio una patadita al transportín y lo introdujo bajo el asiento. Yo me quedé muy callada y muy quieta para que nadie se diese cuenta de mi presencia. El viaje se me hizo rápido. Llegó la noche como una sorpresa y me quedé medio dormida. Cuando llegamos a Valencia era ya oscuro, pero en la estación había mucha gente cargada con bolsos, maletas y transportines. Yo intenté avisarles de lo del medio billete, pero mi mau se perdió con el ruido de la entrada de un talgo procedente de no se dónde. Mientras cruzábamos el semáforo de la calle Xátiva, mi ama me dijo: 
- Lo vamos a intentar pero ya verás lo que pasa. 
Yo no sabía lo que íbamos a intentar, quizás es que en el autobús también tenía que pagar medio billete. 
Pero no. Era peor que todo eso. Cuando por fin llegó el autobús de la línea ocho, el conductor le dijo a mi ama. 
- No puede subir con el transportín. 
- ¿Por que?
- Lo dice la normativa. Imagine que lleva usted una boa. 
- Pero si llevo un gato. 
- Pues no puede. Lo siento. 
- Pues en Barcelona y en Zaragoza  se pue...
- Pero está usted en Valencia...
- ¿Y a quién le puede molestar mi gato? 
- A quien tiene alergia a los gatos, por ejemplo. 
Os voy a contar un secreto: yo creo que eso de la alergia a los gatos es algo que se han inventado los médicos cuando no tiene ni putgata idea de a qué le tiene alergia el paciente. Puede ser que sea al sapenco o a los carunchos, pero como ni ellos ni yo sabemos qué significan estas palabras, pues se ponen las gafas, se alisan el pelo y afirman: esto es sin duda alergia a los gatos. 
 Yo creo que ella, mi ama, lo sintió más que el conductor de aquel autobús porque  no le quedaba más remedio que volver a casa a pie, por Guillém de Castro. Y volver a casa en agosto, sola, con una mochila a la espalda y una incómoda jaula con una gata preñada, bordeando el barrio chino de Valencia (en el que supongo viven todos los chinos de la ciudad), pues no era muy agradable. 
Pero el caso es que vinimos hablando. Ella decía: jolín, cómo pesas, y yo le contestaba Mau, que en este caso quería decir  la culpa la tienes tu, no me cebes.
 Cuando llegamos a casa, Tito nos esperaba tras la puerta. Le brillaban los ojos y movía la cola de alegría. A mí se me pasó enseguida el cansancio; a ella también. Porque el hogar está donde están los seres que amas.  
Qué cursi me pone este calor.

lunes, 25 de agosto de 2014

El niño autista y su gata Mineta




En septiembre de 1768, recién estrenado el otoño, nació en Berna (Suiza), un niño al que llamaron Gottfried Mind. Siendo aún muy pequeño, sus padres se dieron cuenta de que aquel no era un niño normal. No hablaba, no se relacionaba con el mundo exterior y tenía enormes problemas con cualquier tipo de aprendizaje. Su padre, carpintero de profesión, se dio cuenta de su deficiencia y lo llevó a una Academia para niños pobres. Allí dijeron de él que era un niño muy débil, incapaz de llevar a cabo trabajos duros, pero que aun siendo una criatura extraña, estaba lleno de talento para el dibujo. 
Su padre recibía en su casa cada año a un pintor llamado Sigmund Henderberger, que se dedicaba a pasear los bellos paisajes de la región y plasmarlos en sus lienzos. Un día, los padres de Gottfriend, el pintor y él mismo estaban sentados a la puerta de la casa y Sigmund comenzó a hacer el retrato de un gato que rondaba en torno a ellos. El niño miró el dibujo y con su deficiente lenguaje dijo: "Eso no es gato". El pintor, divertido, le preguntó si él podía hacerlo mejor. El niño se fue a un rincón y dibujó al gato. El resultado fue tan sorprendente como espectacular. 
Gottfriend, introvertido, casi mudo, sin relación con el mundo exterior, comenzó a relacionarse con los gatos y a dibujarlos. Sus pinturas no tardaron en conocerse en toda Europa y llegó a decirse de él que era el Rafael de los gatos, en honor al maestro italiano del Renacimiento. Según dicen las crónicas del tiempo, nadie había sabido captar en un dibujo el carácter de los gatos como él. Recibía numerosas visitas que acababan comprando sus obras. Solía conversar con sus gatos -no hay que olvidar que era autista-, sobre todo con su gata favorita, de nombre Mineta, y no toleraba que nadie los molestase.  
Sin embargo, en 1809, las autoridades de Berna decretaron el exterminio de todos los gatos de la ciudad dado que algunos parecían tener síntomas de rabia. El resultado final fue ochocientos gatos eliminados. Este suceso dejó a Mind profundamente deprimido aunque, afortunadamente, se permitió que Mineta siguiera viviendo. El desastre gatuno no hizo sino reforzar sus ansias por el arte, llegando a realizar obras tan geniales que su fama creció tanto como la adquisición de sus obras. En 1814, con sólo 46 años, falleció, pero su obra ya era conocida en media Europa. El paso del tiempo no sólo ha aumentado el prestigio de los mismos sino también su valor.







lunes, 18 de agosto de 2014

El gato que está en el tejado...

no va a volver a casa si no estás...

Mi gata, la Pequeña, ha insistido en escribir esta historia, pero me he negado rotundamente. Esta historia es mía porque en ella me he jugado la vida y hay que tener en cuenta que yo sólo cuento con una, no con siete. 
El último día de julio de este verano seco y tórrido como esparto, cogí un tren en dirección a Valencia. En el pueblo de mis antepasados dejaba a mis hijos,  a mis gatos, y a dos felinos gigantes, de color negro y ojos amarillos que aun teniendo dueña, se nos habían acoplado como uno - dos- más, a la familia.  Al día siguiente me llegó la noticia a través del móvil: Tito ha desaparecido. Se fue anoche y no ha vuelto. Muchos no lo entenderán, pero la inquietud se apoderó de mí. Tito es un gato de ciudad, de piso, acostumbrado al ruido de los coches y al sonido de las ambulancias, pero en ningún caso adaptado a las correrías nocturnas, peleas y luchas territoriales a que están acostumbrados los gatos de pueblo. 
El primer día de agosto, un día de poniente insoportable, volví al pueblo. Tito no había regresado, así que comencé a expandir la noticia: 
- Heu vist al meu gat? S´ha perdut. 
Hubo respuestas para todos los gustos, incluso algunas que preferiría no recordar, y que denotan tan mal gusto como falta de sensibilidad. Pero el caso es que pasó la noche del viernes y Tito no volvió. El sábado por la mañana me levanté de la cama sabiendo que tenía una misión prioritaria y única: encontrar al gato. 
Bajo un sol vengativo e inclemente, salí del pueblo dejando atrás la Iglesia, y me recorrí el solitario polígono industrial. Sin darme cuenta, llegué hasta el pueblo vecino, Campo de Mirra.  Llamé al gato al principio con voz tímida, después a grito pelado,  pero la única respuesta fue un silencio dañino e inconsolable.
No podía rendirme. El calor no cedía sino que aumentaba y aquel pobre felino no podría soportar muchas más horas sin comer ni beber. Me recorrí otra zona del pueblo, y a la sombra de un coche encontré a uno de los gatos negros, no sé si se trataba de Pantera Uno  o de su hermano Olaf. Me agaché y le pregunté: 
- ¿Dónde está Tito? ¿Sabes dónde está Tito? 
No se si me entendió o si sólo estaba tratando de huir de mí, pero el caso es que me llevó calle abajo, junto al antiguo convento de las monjas. Y fue entonces, en ese preciso momento, cuando escuché un maullido desesperado, anhelante, atormentado.  "Es Tito" - pensé-, y eché a correr seguida de Pantera Uno o de Olaf, que no logro distinguirlos.  Efectivamente, frente a la pastelería, en una vieja casa cuyo tejado daba a una inestable terraza,  estaba mi gato, con la boca entreabierta, delgado sucio, aterrorizado. Volví a casa y llamé a mi hija, que, siguiendo con la tradición familiar, estaba escribiendo. Una vez ya en la casa, entramos a un patio destartalado en el que había una escalera de hierro que llegaba hasta la terraza, pero desde allí, no había forma de acceder al tejado.
- Tito, salta, salta de una vez - gritábamos-. 
Pero el gato tenía más miedo que pelos en el cuerpo y paseaba entre las tejas mientras abría la boca en un acto desesperado de aliviar el tremendo calor que probablemente sentía. Al final nos dimos cuenta: la última opción era buscar una escalera, subirla hasta la terraza, acceder al tejado, estirar del gato y hacer que éste saltase, tarea que sin duda no estaba exenta de riesgos. Nos costó pero lo conseguimos. El gato saltó de mis brazos al suelo de la terraza, y de ésta, dando trompicones y volteretas, cayó por las escaleras de hierro hasta el patio atiborrado de trastos y maleza. Una vez en la calle, corrió hacia casa como alma que lleva el diablo. Tito había vuelto de una aventura nocturna que pudo haberle costado la vida, y es que ya se dice que la curiosidad... puede matar al gato y, en este caso, a cuantos intentaron rescatarle.