sábado, 24 de agosto de 2013

La pantera.


Mi ama se ha bajado a comprar, por fin. Creía que nunca me iba a dejar el ordenador. Yo pasaba por delante y por detrás de ella sin parar, pero no parecía darse cuenta de mi ansiedad. Esto de escribir es mejor que las croquetas de carne de pollo con verduras, que a mi me pirran. Como no creo que tarde mucho, porque hace un calor de injusticia, voy a contaros algunas cosas. Pero tendré que darme prisa.
Ya os he hablado de cuando me encontraron en la calle y me cuidaron, y de la señora mayor que vivía en casa y que nos llamaba chiquitos y que un día se fue para no volver. Así que hoy os voy a hablar de un gato que he conocido este verano y que me ha llegado al corazón; bueno, he conocido dos, pero el otro no me ha llegado al corazón ni a ninguna parte.  Y espero que esto nunca lo lea Tito.
La casa del pueblo tiene dos puertas, aunque muchas veces Tito y yo salimos por la ventana. Una puerta da a un patio pequeño donde hay unas cuantas plantas insignificantes y ropa tendida. La otra da a la calle. Es muy raro, muy raro, pero mi ama, desde que se levanta, suele tener abiertas las puertas. Y así pasa lo que pasa.  Por esa puerta, que es muy grande y muy gris, suele entrar un gato flaco y enfermizo. Mi ama le llama Apestosin porque está sucio, se caga en el sofá y tiene el culo como un pimiento rojo. Y no me llaméis vulgar. Que yo sepa, vive en la plaza y todos los días viene a comerse nuestra comida. Yo le bufo, le rebufo y le amenazo, pero él entra tranquilamente en la cocina y se pone a comer. Mi ama le deja. Ya os dije el otro día que es una consentidora. 
Pero hace unos días, cuando hacía más calor que sobre un colchón de lana, entró por la puerta un gato negro, completamente negro. Brillaba su pelo a la luz del sol y tenía los ojos amarillos. Era un bellezón, como dicen los humanos. Me miró y pasó por delante de mí dispuesto a ir a la cocina. Yo intenté bufar, pero no me salía porque estaba derretida por dentro. Tito tiró las orejas hacia atrás, erizó su pelo e hizo amago de amenaza, pero se quedó en eso. El gato negro pasó entre nosotros como el príncipe de los mininos y alguien que había en la casa dijo en ese momento: eh, un gato negro. Nos va a traer mala suerte. Pero mi ama le contestó: Eso es una tontería; como decía Groucho Marx, cuando un gato negro pasa por delante de ti, es que va a alguna parte". No sé quien es ese Marx, pero por lo que he oído en casa - sí, siempre estoy escuchando-, era un actor o un político... ¿o es que tenía un hermano? No me preguntéis que no tengo ni idea. Los gatos escuchamos pero no estudiamos.
Bueno, mientras yo observaba como una tonta al hermoso gato negro, mi ama se puso a contar historias -sí, es un poco pesada- sobre los gatos negros. Contó a los que allí estaban, que en la Edad Media, los metían en un saco y los quemaban en una hoguera. Se pensaban que eran los guardianes del infierno o algo así. Yo estaba espantada, aterrorizada, y me escondí debajo del sofá, a pesar de que yo soy tricolor, pero por si acaso. Parece ser que también quemaban personas. Qué horror. Tiemblan mis largos bigotes sólo de pensarlo. Mucho frío debía hacer en esa Media Edad para que algunos tontos quemasen todo lo que se encontraban por delante. Mi ama dijo también que como se quemaron tantos gatos, Europa - que creo que es un país muy grande- se llenó de ratas, ratas enormes y achacosas que traían con ellas una enfermedad que se llamaba la peste negra, y que mató a muchísima gente. Hasta que un día un tal Napoleón tuvo que prohibir que se matase a los gatos- aunque parece ser que este señor les tenía miedo- para que pudieran comerse a las ratas malas. 
Volvamos al tema que me interesa porque yo, mientras mi ama parloteaba sin parar, intenté taparme las orejas con mis patas, pero como en esa pose no estaba muy agraciada, tuve que tragarme todo el discurso sobre los felinos negros y sus tristes destinos.
El gato negro - en casa lo llamaban la Pantera- volvió dos o tres veces más, pero como yo soy una gata muy fiel y quería ahorrarme tentaciones,  cada vez que entraba,  me subía al piso de arriba y me escondía en el ropero. Diréis ahora que soy una puritana y cosas así, pero no es verdad. La verdad es... que no quiero tener una camada de gatitos negros para que luego los quemen en la hoguera. Hala, ya está dicho.
Ahora diréis que soy racista. 

2 comentarios:

  1. Amparo, no me preguntes cómo lo sé, pero me he enterado que haces unas croquetas de pollo muy buenas. Una croquetas de pollo con verduras. Y esto me ha intrigado.
    A mí me gustan mucho las croquetas que hacen en mi casa. Las de toda la vida. Las que se hacen con las sobras del cocido, con sus garbanzos y todo.
    ¿Cómo son las de pollo con verduras?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ja, ja ?Cómo lo sabes? pues añadiendo verduritas bien troceadas. Esta gata...

      Eliminar