lunes, 15 de julio de 2013

La hora de la siesta


Me acordaré un día tras otro de toda la familia de aquel que dijo que este verano iba a ser fresco. Porque de ser fresco, no me caerían ahora estas gotas de sudor por la frente, gruesas y brillantes como perlas de majórica.
La ciudad se cuece en su propia salsa mientras la gente duerme en estas horas de tibia y relajada siesta. Hasta mis gatos buscan el rincón más fresco de la casa para dormir. 
Hace unos días me pasaron por face una noticia en la que se afirmaba que un diario alemán había dicho que en España se había prohibido la siesta. ¡Ay señor! - pensé- qué poquito saben estos alemanes de nosotros y nuestras sanas costumbres. No se puede prohibir la siesta porque, entre otras cosas, en su casa cada uno hace lo que le viene en gana. No se puede prohibir la siesta porque a ver quien es el valiente que, con la comida en el cuello y más de 35 grados a la sombra, se pone a picar piedra o a redactar un delicado informe. No se puede prohibir la siesta porque forma parte de nuestras costumbres, es consecuencia de nuestro clima y de nuestra forma de vida. 
Pero es que hoy en en día se dicen - y se escriben- muchas tonterías. A lo mejor - o a lo peor-, esto mismo es una tontería, pero son las cuatro de la tarde, esto es España, hace una temperatura que sobrepasa los 30 grados y una humedad que sin duda llega al 80 por cien. Es verdad que podría seguir escribiendo o, en el peor de los casos, irme a fregar los malditos platos, pero confieso abiertamente- y no me avergüenzo. que en este ardiente mediodía de julio he tomado una decisión de la que nadie va a poder disuadirme. Con vuestro permiso, o sin él, me voy a dormir la siesta. Nos vemos en una hora. 
Zzzzzz zzz zzz zzz.
Ya he vuelto. He dormido como un lirón, me ha picado un repugnante mosquito, y ahora mismo me estoy desperezando como un minino perezoso. Feliz tarde de verano.