viernes, 18 de enero de 2013

El secreto de Maurice. Capítulo XII

Javier y Juliette llegaron muy temprano, tanto, que Alice y yo aún estábamos desayunando. Al contrario del día anterior, hacía un sol espléndido y habíamos salido al jardín. Alice, aún con el babero puesto, jugaba a arrancar briznas de hierba con gran dedicación. 
Escuché el motor del citrôen entrando por la puerta trasera de la casa. La parcela, a pesar de su amplitud, no tenía garaje, sólo una pérgola acristalada que hacía las veces. Javier llegó primero al lugar donde descansábamos Alice y yo, y después de saludarme con un breve beso en el que ni siquiera me rozó la mejilla, tomó a la niña en brazos y la levantó hacia el cielo como si hubiera logrado un inestimable trofeo. Juliette se acercó despacio y le dio un beso en la frente. 
- ¿Cómo ha ido todo, Asun? - preguntó Javier en tono distendido-. Tendrás que perdonar nuestro imperdonable retraso. 
¿Cómo iba a decirle que había estado más que tranquila?
- Ha ido muy bien - contesté levantándome de un pequeño brinco-. Alice se ha portado de maravilla, y excepto ayer que estuvo lloviendo todo el día, ha hecho un tiempo realmente bueno. ¿Qué tal en Paris?
Decidí en un instante silenciar el suceso del papel que había encontrado en la boca de Alice. Tampoco quería dar explicaciones. 
-Bien - contestó Javier-. Hemos podido resolver todos los temas que teníamos pendientes. A ver si ahora nos dejan en paz de una vez.
Recordé la visita del día anterior. 
- Ayer vino a visitaros el dueño de la casa - advertí mientras recogía algunas cosas del suelo-, y dijo que hoy vendría a comer. 
- Estupendo - exclamó Javier nada convencido- ¿Has oído Juliette? François viene hoy a comer. Tendremos que ir al pueblo a comprar algunas cosas. Ya sabes cómo le gusta un buen vino tinto.
Pero Juliette se había dado la vuelta y se había introducido lentamente en la casa. Tenía un aspecto cansado e incluso algo desaliñado, algo realmente extraño en ella. Supuse que no le hacía gracia tener invitados después de un largo viaje. 
-¿Puedo ayudar en algo?- me vi en la obligación de decir-. Juliette parece cansada. 
- No te preocupes. Yo iré al pueblo y haré la compra. Tu ocúpate de Alice. ¡Ah!-. dijo cuando ya se alejaba-, y, desde luego. te esperamos para comer. Ponte guapa.
Javier entró en la casa con paso decidido, mientras Alice y yo nos quedamos un rato sentadas en la manta que habíamos extendido sobre la hierba. Miré a mi alrededor fascinada. Después de la lluvia persistente que había caído el día anterior, el verde de los setos y de los árboles era aún más intenso. Yo estaba acostumbrada a veranos muy secos, tan secos que hasta las malas hierbas eran incapaces de sobrevivir. Sólo las matas de romero y tomillo, con gran esfuerzo, conseguían superar la atroz sequía del verano. Muchos días, las temperaturas superaban los treinta grados e incluso llegaban a los cuarenta si el viento soplaba de poniente. 
Afortunadamente, en Normandía los veranos eran como nuestras primaveras y de vez en cuando, sobre todo al atardecer,  había que echarse algo de abrigo sobre los hombros porque el tiempo refrescaba. 
Estaba perezosa, pero tenía que bañar a Alice, arreglar su bonito cabello y buscarle un precioso vestido para la comida. Igualmente, tendría que encontrar para mí un atuendo adecuado a la ocasión, y no pude dejar de sentir un cierto vértigo al recordar que mi vestuario no era nada extenso y mucho menos, distinguido. Así que recogí las cosas con desgana, cogí a la niña en brazos y subí a la habitación.
Después de bañar y vestir a Alice con un primoroso vestido de batista blanco, abrí el armario para ver qué podía ponerme yo. Allí había poco donde elegir: pantalones vaqueros, un vestido playero, un fino suéter de algodón... Me pareció entonces que llamaban suavemente a la puerta, pero no estaba segura de no haberlo imaginado. Instantes después volvieron a llamar, esta vez más fuerte. Me tiré la bata por encima y abrí la puerta. Juliette estaba frente a mí con un espectacular vestido de tirantes que resaltaba la extrema delgadez de su cuello. Sonreía. 
- Pardon- murmuró- Je peux parler avec toi?
- Claro, pasa -contesté mientras mi sistema de alarma se disparaba como un misil-. Nos estamos arreglando. 
- Alors...  Yo quiero te decir que c´est mieux que tu... que tu - dudó- Javier et moi...¡Oh!. -suspiró- Je ne veux pas que tu viens manger avec nous- musitó al fin.
- ¿Perdón? - dije confundida, aunque creía haber entendido la frase perfectamente. 
- C´est mieux que tu manges avec Alice dans la chambre. 
Intenté no parecer sorprendida ni humillada, aunque me sentía muy mal. 
- De acuerdo - afirmé intentando sonreír-. Alice y yo comeremos en la habitación. No te preocupes. 
Cerré la puerta despacio y me apoyé contra ella intentando encontrar mi ritmo respiratorio. Alice, sentada en el sofá con su precioso vestido de batista blanco, parloteaba en su propio idioma. No entendía nada. hacía menos de un par de horas, Javier me había invitado a comer con ellos, y ahora Juliette subía expresamente a mi habitación para dejarme bien claro que no debía aparecer durante la hora de la comida, que Alice y yo debíamos permanecer encerradas en nuestra confortable chambre unas cuantas horas. Realmente, casi lo prefería, pero no dejó de extrañarme aquel cambio de actitud.
Aquellas eran sin duda alguna de las consecuencias de trabajar para alguien de forma tan cercana. Estabas obligada a aguantar sus cambios de humor, sus caprichos, y alguna que otra impertinencia, causada por cualquier motivo, desde los más estúpidos a los más razonables.  
Tras la sorpresa inicial, decidí ver lo que de positivo tenía aquella imposición: no era necesario arreglarse para la comida. Así que le quité el delicado vestido de batista a Alice y le puse una bata de algodón mucho más cómoda y que dejaba al aire sus bracitos blancos y regordetes. 
Debía pensar en la comida ahora que ya no estábamos invitadas. Para mí haría una ensalada de tomate, atún y maíz, y para la niña calentaría un potito de merluza y verduras. Como la mayoría de los niños, Alice le hacía ascos al sabor del pescado, pero quizás por ello mismo había que acostumbrarla al nuevo sabor antes de que se rebelase del todo y acabara escupiendo el maldito potito a mi cara. Pero había un problema. Los potitos estaban en el frigorífico de la planta baja, en el cuarto que había junto a la cocina. Debía bajar con cuidado y evitar a toda costa que me vieran; de lo contrario, Juliette pensaría que lo estaba haciendo adrede. Aunque en el fondo, pensaba que no estaría mal espiar un poco. Si Juliette no había querido que yo estuviera presente en aquella comida, podía ser porque quizás quisiera comentar con François lo que había pasado en Paris y el motivo de tan precipitado viaje. La niña bostezaba de hambre. No tenía más remedio que bajar. 
Después de dejar a Alice sobre la alfombra con alguno de sus juguetes, bajé despacio en dirección a la cocina. Hasta la escalera llegaban claramente las voces de los tres comensales. Una vez más, la curiosidad pudo más que mi prudencia y me detuve durante un instante para escuchar.  Era Juliette quien hablaba, y aunque no entendía lo que decía, por su tono de voz deduje que estaba muy alterada. 
- No tienes de qué preocuparte Juliette - ahora era Javier quien hablaba en tono tranquilizador-. Estas sacando las cosas de quicio. Ese viejo loco, como tu lo llamas, sólo hizo una entrevista a un periodicucho de barrio que no lee ni el propio editor. No hay que ver problemas donde no los hay. 
- Sí -intervino el invitado- mais tu sais. Javier, que ces choses son así. Les journalistes escriben et il y a des persones que todo creen. Comment arrêter  une rumeur?
 Como detener un rumor, había dicho François. Y tenía razón. No tenía ni idea de cuál podría ser el rumor, pero detenerlo era como intentar parar el curso de un río o abrir las aguas de un mar.  En ese instante, Alice se puso a llorar y podía escucharse perfectamente desde la escalera y, probablemente, desde cualquier punto de la casa No le gustaba nada quedarse sola, aunque fueran unos minutos. Bajé corriendo las escaleras y entré en  el habitáculo que había junto a la cocina en el mismo momento que lo hacía Javier. 
- Asun -me dijo tan sorprendido como si hubiera visto un fantasma-, ¿cómo es que la niña y tu no habéis bajado a comer? 
Lo que me faltaba por escuchar aquel día. Y no sé por qué, mentí. 
- Alice tenía unas decimillas y estaba un poco llorona. Juliette pensó que era mejor que no bajase. ¿No te lo ha dicho?
Era obvio que no le había dicho nada.
- ¿Y cómo está ahora?
- Mejor pero, ya ves, hambrienta y lloriqueando. Perdona, tengo que subir. 
Cogí el primer potito que vi y subí las escaleras de dos en dos. Alice seguía sentada en el lugar donde la había dejado, pero gruesos lagrimones resbalaban por sus mejillas enrojecidas. 
- Venga princesa- le dije alegremente- que tienes más hambre que un gatito abandonado. 
Alice se comió el potito entre evidentes muestras de desagrado y se quedó dormida sobre la alfombra hasta donde llegaba el tibio sol de mediodía. Le eché por encima su mantita de algodón y me tumbé junto a ella. Se me había ido el hambre por completo y me estaba entrado un sopor dulce y agradable.  Aun podía escuchar las voces  claramente, pero no lograba entender el significado de las frases. ¿Quién sería aquel viejo loco del que hablaban? ¿Qué declaraciones podía haber hecho al periódico? ¿Por qué estaba Juliette tan angustiada?  Me estiré buscando la posición más cómoda. Después de todo, ¿que importaba? Estaba en Normandía, en una mansión junto al mar,  aquellos eran sus problemas, no los míos, y Alice dormía feliz abrazada a su oso. 
Recordé a Ana. Era como si de repente se hubiese colado en mi mente. Seguro que si ella estuviera allí sería capaz de descifrar tanto misterio. Siempre le habían gustado las novelas de Agatha Christie. Y si no podíamos descubrir nada, probablemente acabaríamos rodando por la alfombra, haciendo mil elucubraciones y riendo como dos tontas. 
Antes de que me invadiera la melancolía, me dí la vuelta y me quedé completamente dormida, a pesar de los rayos de sol que iluminaban toda la estancia. 

3 comentarios:

  1. Además de impresionarme tu narrativa, como ya he dicho en otras ocasiones, me deja con la boca abierta tu capacidad de escribir, de fabular. Eres prolífica.
    Yo, desgraciadamente, no. Por eso no puedo sino repetirme, reiterar mis comentarios. Lo siento.
    Sólo alcanzo a decir: ¡ Me gusta !

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  2. En el capítulo anterior caí en presa con el intrigante final y ahora acabas de envolverme cual araña tejedora de historias.

    Besitos, escritora.

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  3. Bien Amparo. Mucha intriga y muchas preguntas en el aire. ¿Para cuando el siguiente capítulo?

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