lunes, 22 de octubre de 2012

El secreto de Maurice. Capítulo X


capitulo X

( Resumen cap. anterior: Asun decide aceptar la propuesta de Javier y Juliette para ser la niñera de Alice. Para aprovechar su último día libre en París visita el museo del Louvre y a continuación cena con el matrimonio para cerrar las condiciones del contrato. Durante la cena le comunican que se van de vacaciones a Normandía y que ella y la niña irán con ellos.  Cuando por la noche vuelve a casa y mientras la niña ya duerme, Asun se asoma a la ventana y cree ver a Coraline, la joven prostituta que conocía en Montpellier, en la calle. Pero ¿Qué hace Coraline en Paris? ¿Por qué Javier y Juliette  se van tan precipitadamente a Normandía?)


Dos días después de aquella cena nos fuimos a Normandía. Y confieso que no acababa de sentirme bien. No haber visitado nunca un lugar te despierta, al menos a mí,  dos tipos de sentimientos: por una parte, una curiosidad infantil que se ve avivada por el hecho de conocer algo nuevo; y en segundo, un temor incierto que no acaba de concretarse y que, sin duda, debe tener algo que ver con el hecho de que las personas seamos, como los gatos, claramente territoriales.
Nos levantamos temprano, y desde buena mañana le estuve hablando a la pequeña Alice sobre el viaje, no sé muy bien si para disminuir sus temores o acallar los míos.  Sabido es que romper la rutina de un bebé nunca es conveniente, pero como en este caso no había otra posibilidad, era necesario hacerle comprender que aquel día no iba a ser como los demás, en definitiva, que no iríamos  a jugar en los columpios del parque.
Preparé mi patética maleta sin olvidarme de guardar dos sueters de manga larga y una camiseta interior. Después metí toda la ropa de la niña en un precioso bolso de viaje de Hello Kitty. Cuando bajé al piso inferior con Alice en brazos, me detuve un instante junto a la puerta. A través de ella podían escucharse perfectamente las voces alteradas de Javier y Juliette que parecían discutir. Esperé sin saber qué hacer. Escuché la voz de Javier.
- Mais porquoi doncs nous allons bientôt de vacances?
- Porquois? - la voz de Juliette sonaba muy alterada- parce que ce vieux fou il veut parler avec les journalistes... Je ve veux pas étre a Paris.
Creí entender, más mal que bien,  que Javier le recriminaba a Juliette el hecho de que se fueran tan pronto de vacaciones, a lo que ella había contestado algo así como que "ese viejo loco pretende hablar con los periodistas, y yo no quiero estar en Paris".
Bueno, de todas formas, aquella discusión marital no era de mi incumbencia, así que antes de que las cosas fueran a más, llamé al timbre. Ambas voces dejaron de oirse al mismo tiempo que unos pasos se dirigían hacia la puerta.
- ¡Asun! - exclamó Javier con sorpresa al verme-. Qué madrugadora.  Aún es muy pronto.
Sonó claramente como un reproche.
- Cuando tengo que viajar - me excusé- duermo muy mal. De todas formas,  si os parece, espero arriba con la niña y me dais un toque cuando...
- No, por Dios, pasad. En un momento estamos listos. ¿Has desayunado?
No había desayunado pero dije que sí. El trayecto hasta la región de Normandía era un poco largo y no quería acabar montando el número con unas nauseas inoportunas y ridículas. Juliette, que recogía unos vasos de la mesilla del salón, desapareció por la puerta de la cocina después de pronunciar un escueto "bonjour". Yo tomé asiento en el sofá con Alice sentada sobre mis rodillas, y esperé. La tensión entre ambos era evidente. En algunas ocasiones - suele decirse, y es cierto- el silencio es mucho más expresivo que cualquier palabra, y sin duda, aquella era una de ellas. Javier salió de la habitación cargado con un par de maletas.
- Voy a bajar las maletas al coche-. dijo-  ¿Me das la tuya?
Le dí mi maleta y la bolsa de la pequeña Alice. El oso memorión estaba en brazos de la niña, y hubiera sido necesario enzarzarse en una absurda pelea para poder quitárselo de las manos
Diez interminables minutos después, sonó  el interfono. Juliette cogió su bolso de Gucci y me cedió el paso con una falsa sonrisa: Era terrible comprobar cómo ni siquiera le había dirigido una mirada a la niña.
El coche era un Citroen familiar de color azul y se veía muy nuevo.  Javier y Juliette se instalaron en los asientos delanteros, mientras yo colocaba a Alice en su silla de seguridad y me sentaba junto a ella. Tenía por delante doscientos kilómetros de verdes prados, encantadores pueblecitos y apretados bosques de coníferas.
Javier y Juliette apenas hablaron durante el trayecto. Ella se puso unas estilosas gafas de sol y fingió dormir con la cabeza apoyada en la ventanilla. Yo lo miraba todo con ojos nuevos, incapaz de perderme  un sólo detalle. Atravesamos pequeños pueblos con casas de tejados grises y cada vez más puntiagudos. Delicadas mansiones en miniatura rodeadas de pequeños jardines protegidos únicamente por vallas de madera blanca, salpicadas de flores silvestres. Nada que ver con los muros de dos metros, las vallas metálicas de afilada punta,  y las puertas conectadas a centrales de alarma con las que en mi país intentábamos proteger nuestras propiedades. Después de pasar junto a un frondoso bosque que apenas dejaba pasar la luz del sol, cogimos un desvío por una estrecha carretera que llevaba hasta Cauville sur mer, nuestro destino final, un encantador pueblo en la baja Normandía.  Lo cierto es que yo estaba maravillada ante la belleza del paisaje, lo cual unido al hecho de que Alice fuera durmiendo durante todo el trayecto, hizo que éste se me hiciera corto y relajante.
- ¿Estaremos cerca del mar?- pregunté en un determinado momento en el que el silencio molestaba más que cualquier espantoso ruido.
- Muy cerca- respondió Javier seguramente agradecido  porque hubiera roto el mutismo que reinaba en el vehículo desde que salimos de Paris-, y la casa tiene un jardín enorme, sembrado de césped y adornado con grandes bolas de boj. Te gustará.

Unos pocos kilómetros más adelante, Alice comenzó a  expresar su cansancio en forma de gimoteo. Hacía morritos y decía a todo que no. Al agua, a las galletas, incluso llegó a tirar el oso contra el suelo del coche. Estaba claro que estaba hasta el mismísimo chupete de  aquel viaje. Y yo también tenía ya ganas de estirar las piernas.
 La carretera se iba estrechando mas y más hasta el punto de que llegué a tener serias dudas de que el Citroen pudiese circular por ella. Junto al... llamémosle camino asfaltado, espesos árboles, setos perfectamente cortados, más vallas  pintadas de blanco y casas estrechas y coloreadas que parecían recién salidas del cuento de Hansel y Gretel.
- Esa es nuestra casa ¿Qué me dices?
Nada. Me quedé sin palabras. Aquello era más de lo que yo esperaba, aquella era un mansión en toda regla. Construida sobre un inmenso prado verde, la casa era de estructura totalmente irregular. La parte central era de recia piedra gris, y adosada a la misma había dos construcciones, de distinta altura, al más puro estilo nórdico. Con las maderas a la vista, y estrechas ventanas con tejadillos individuales. En una de esas construcciones había un porche acristalado, y justo encima del mismo, un mirador desde  donde sin duda podía verse el bosque cercano e incluso el mar. Como había comentado Javier durante el trayecto, por el jardín crecían diseminadas enormes bolas de boj que rompían la monotonía del césped como pompas de jabón sostenidas en el aire.  La casa estaba rematada por el tejado de pizarra, donde sobresalían numerosas ventanas que probablemente daban luz a misteriosas y acogedoras buhardillas.
- Es magnífica- contesté al fin- Espero no perderme dentro. Parece enorme.
Juliette sonrió por fin y  se volvió hacia Alice.
- Comment est mon petite fille?
Parecía feliz de encontrarse en aquel lugar,  lejos del Paris, del bullicio, de la gente.  Abrió la puerta con inesperada energía y comenzó a ayudar a Javier con las maletas.
- Alice y tu os instalareis en el segundo piso- advirtió Javier- , en una gran habitación con chimenea y cuarto independiente para Alice. Ahora te la enseñaré.
La tensión que había advertido entre los dos esposos aquella mañana, había desaparecido por completo. Era como si hubiera transcurrido mucho tiempo cuando en realidad sólo habían pasado poco más de dos horas desde que habíamos salido de París. Sin embargo, no podía olvidar aquellas frases que había escuchado tras la puerta del apartamento, si es que las había llegado a entender bien. ¿Quién sería aquel viejo loco al que se refería Juliette? y en todo caso, ¿que podría contar aquel anciano a los periodistas para que hubiésemos tenido que salir de Paris de forma tan apresurada?

Alice lloraba ya a voz en grito, y entre sollozo y sollozo, puede escuchar que vocalizaba un par de monosílabos: am, am, que claramente, y en su jerga de bebé, significaba que tenía un hambre atroz.  La cogí en brazos e intenté orientarme para llegar a la cocina. Javier me acababa de decir que se accedía a la misma por una puerta pequeña y acristalada, pintada de verde. Dejé atrás la entrada principal, doblé la esquina y allí estaba la puerta verde. A pesar de los gritos de Alice, desde allí volví a escuchar las voces airadas de Juliette y Javier, y me quedé quieta como una estatua,  apresada entre el fregadero de mármol y una enorme mesa de cocina cubierta por un hule de margaritas silvestres. Presentí que aquello no iba a ser fácil.

Pero no fue tan difícil como esperaba en un principio. El segundo día de sus vacaciones, Javier y Juliette se fueron a hacer la compra para toda la semana a un pueblo cercano, y Alice y yo salimos al jardín.  Puse una manta sobre el césped, aún húmedo por la escarcha de la noche, y senté a la niña encima con algunos de sus juguetes preferidos.  La temperatura era muy agradable y el ambiente, extremadamente tranquilo. Alice ya parecía ir adaptándose a su nuevo entorno y yo con ella.  Por la tarde, después de comer, bajamos hasta la playa donde descubrí un mar color esmeralda que me fascinó. Mientras la niña jugaba con la arena y yo intentaba, a duras penas, leer una revista del corazón, sus padres iban poniendo la casa en marcha. Me hubiera gustado ver aquel mismo paisaje en invierno, cuando la niebla cayera sobre el acantilado cercano y fuera necesario encender la chimenea de la habitación para poder entrar en calor.
Comenzó a refrescar sobre las siete de la tarde  y me eché sobre los hombros un fino chal de algodón.  Recogí la pala, el cubo  y el rastrillo de Alice, y volvimos a casa paseando. Aquella diminuta señorita de preciosa mirada debía ya acostumbrase a andar, y aquel era un día como otro cualquiera para empezar.
Empujé la puerta de madera de la valla y entré al jardín.  El perfume de las buganvillas saturaba el aire, y la calma era absoluta. Me senté en el porche a disfrutar del paisaje que se extendía frente a mí. Quien hubiera construido todo aquello, probablemente había hecho realidad un sueño. Miré hacia la mesa, y junto a una jarra de agua vacía, ví que alguien se había dejado un ejemplar de Le Monde. Alargué la mano para cogerlo, pero alguien fue más rápida que yo.
- Pardon- dijo Juliete- mais je veux lire un  article du journal.
Ni siquiera la había oído llegar. Se había acercado por detrás y había dado tal zarpazo al periódico que estuvo a punto de romperlo en pedazos.
Esa noche, después de dormir a Alice en su cuna de viaje, cubierta con una suave sabanita de raso, caí rendida en una cama de princesa, a la que cubría un suave dosel de algodón blanco. Y a pesar de encontrarme en un entorno tan edulcorado,  soñé que Caroline sonreía como la propia Gioconda,  que Juliette se comía una ensalada aliñada con papel de periódico, y que un viejo loco  se lanzaba desde la torre más alta de Notre Dame después de hablar con unos periodistas  que vestían ajados uniformes verdes.
Afortunadamente, de madrugada, me despertó el llanto de Alice. Estaba desorientada y asustada. Contraviniendo las pautas dadas por sus padres,  la cogí en brazos y la pasé a mi cama. Agarrada a mi mano, no tardó ni dos minutos en volver a dormirse. Sin embargo, sin saber por qué, yo tardé un poco más.

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