viernes, 20 de abril de 2012

Prólogo

Lleva Amparo Puig una vida esforzada de trabajos y labores a los que dedica gran parte de su  jornada, pero aún así roba algún tiempo a los relojes del mundo y consigue escribir piezas con encanto que publica con cierta asiduidad en su blog "Yo fui un gato", de la red literaria-social de Random Mondadori. Esos cuentos son en parte los que puedes leer en estas páginas. Historias mínimas, como la película de Carlos Sorín, que recogen las aspiraciones máximas de sus personajes, asuntos de importancia tan menor como lo que significa recibir un trato digno de la vida. Estos cuentos breves son como pequeñas espinas sobresaliendo de unas vidas sin demasiados futuros. Cuentos llenos de bondad y de aromas de jabón, porque en el fondo hablan siempre de seres limpios, acaso algo ajenos a sí mismos después de haber sido zarandeados por los crueles menesteres que impone la rutina.
Los moradores de estas líneas podrían dividirse,(y así seguimos con la tradición  de las clasificaciones siempre arbitrarias) en tres clases de seres que han de coexistir a la fuerza, pues no hay más espacio ni tiempo que el que tenemos delante para desplegar el pequeño mantel a cuadros de nuestra diminuta existencia. Por un lado aparecen los seres sufrientes, protagonistas de estas pequeñas peripecias de ficción, humanos on dificultades emotivas, económicas, afectivas, estrujados las más de las veces por un segundo grupo, personajes ya secundarios, el de los seres humanos ajenos al sentimiento y vinculados a lo mejorcito del universo burgués; jefes sin nombre, profesores sin rostro o fantasmas que atraviesan la ciudad esperando el momento de hacer caja. El tercero de los grupos lo forman los animales, gatos principalmente, dispuestos a todo con tal de remozar una sonrisa venida a menos, de recapitalizar de nuevo una esperanza o sobre todo, con la tarea poco simple de la simple comprensión. Ese mundo animal que corre paralelo a los ajetreos humanos y que nos permite velar por el futuro, como le ocurre al gato Marcelo, o al gato que maúlla como si hubiese un humano al otro lado del teléfono de nuestra cordura.
Los cuentos de Amparo Puig también viajan y nos permiten volver a un pasado no demasiado lejano, en un país algo ajado en donde aparecen las tartanas, las monjas y los baberos de popelín. Un país en donde la muerte se confunde  con el olor a detergente y la inocencia de las niñas sin trenzas nos lleva frente a ella sin casi saberlo. Son cuentos que en cierta forma anuncian sueños rotos, espejos desencajados y un pequeño rastro de tristeza, en ocasiones opaco, turbio y oscuro como un tubo de escape. Pero ese tono de negrura no está exento de un cierto sentido del humor, de un cierto consuelo, pues las imágenes que nos propone A. Puig hacen que aparezcan algunas sonrisas; así en"2012, la despedida", podemos leer que antes de la negra muerte que espera a todos por culpa del calor achicharrante, se nos fundieron los ancianos y los electrodomésticos. Curiosa imagen de la desolación, pues combina la utilidad burguesa de la tecnología con aquello que ya no sirve para producir y lo manda todo al carajo. Un mundo absurdo en el que los cerebros son de nata, no hay dinero para nada pero las gotas de lluvia se parecen a las monedas de dos euros. Presagios de  tormenza quizá.
 Cuentos breves que pueden llegar a derretirse como un helado al sol si no son leídos de un trago, cuentos que muestran una distancia con la vida burguesa de la que tranquilamente podemos estar hasta los mismísimos céntimos. Cuentos, en fin, para no olvidarnos de que la derrota ya está servida y de que haríamos bien en poder animalizarnos un poco para ver si por ese camino, y casi sin querer, nos humanizamos. A fin de cuentos parece ser que la autora ha sido antes un gato.
Josep M. Sanchis
Escritor

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