viernes, 27 de abril de 2012

Batalla de Biar. Octubre de 1244



Poco después del mediodía ha comenzado a llover. Es una lluvia mansa y persistente que va calando la tierra hasta hacerla cambiar de color. La batalla, que comenzó nada más salir el sol y ha llegado hasta la tarde, ha sido dura, encarnizada, sin tregua.

Por el camino que serpea junto al río, avanza un jinete a tal velocidad que parece cabalgar sobre un caballo desbocado. El viento mece su capa, alzándola como alas de mariposa. La lluvia golpea su rostro curtido, levemente ensangrentado. En la distancia descubre una casa pequeña, enmarcada entre dos altos cipreses. Parece abandonada, y el jinete piensa que ese puede ser un buen lugar para guarecerse de la tormenta. Desmonta de su cabalgadura y, desconfiado, mira a un lado y a otro. Después entra en la penumbra de la casa y se deja caer sobre una almohada vieja, comida a trozos por las ratas de campo. El sueño y el cansancio le vencen, y se queda dormido sobre su ropa de combate, húmeda y fría.

Hasta que una voz subida de tono le despierta. 
- Levantáos ruin sarraceno - alguien grita-. ¿Qué hacéis aquí?
El hombre abre los ojos sorprendido y sólo distingue una figura que se dibuja en el contraluz de la puerta entreabierta. 
- ¿Quién sois?-, pregunta con un hilo de voz.
El hombre da un paso hacia adelante con forzada firmeza. 
- Pertenezco a la segunda escuadra del ejercito cristiano que ofrece batalla frente a la fortaleza de Biar, y estoy bajo las ordenes de nuestro rey y caudillo, Jaume I. 
- He de suponer entonces que soy vuestro enemigo- advierte el primer hombre mientras se levanta de un brinco y echa mano a la empuñadura de su alfanje. 
- No os atreváis a levantar vuestra espada contra mí- 
-Si no lo hacéis vos. 

Fuera, sobre los campos sembrados, sigue lloviendo, ahora torrencialmente. El recién llegado lleva las vestiduras mojadas y muestra un aspecto descuidado. Sin embargo, su mano no abandona la empuñadura de su arma. 
- ¿Qué hacéis aquí tan lejos del campo de batalla? - interroga- 
- ¿Y vos?
La mueca de desagrado del caballero cristiano habla por si sola de la molestia que le causan las preguntas del soldado árabe. 
-Consideraos, pues, mi prisionero- dice alzando la voz e irguiendo el cuello. 
- Si así es - contesta a su vez el sarraceno-, también vos debéis consideraos el mío.
El caballero cristiano le mira sin contestar, y toma asiento en el punto más alejado de su enemigo. Por la ventana desvencijada entra un viento exageradamente frío para ser otoño.
- Vais a enfermar con esa ropa mojada sobre el cuerpo - sentencia con voz bronca el soldado del bando de Alá-. 
- Eso no es asunto vuestro. 
El silencio crece entre los dos hombres como un espinoso muro de aliagas en flor. El tiempo pasa y la lluvia no amaina, ni siquiera da un respiro. 
De repente, el caballero cristiano vuelve a la carga. 
-¿Por qué estáis tan lejos de vuestro ejercito? Como soldado que sois, debéis saber que es un error abandonar el escuadrón en solitario. 
El soldado le mira desde su cobijo en penumbra. Sus ojos oscuros brillan como luciérnagas en el bosque. 
- ¿Qué importa decíroslo?- confiesa-. Vuelvo a casa. Mi esposa dará a luz con la luna llena. Debo estar allí. 
-¿Desertáis entonces?- advierte el cristiano- 
- Llamadlo como queráis. 

De nuevo el silencio se hace uno más entre ellos. El caballero cristiano se despoja de algunas ropas y las pone a secar sobre un arado que encuentra junto a  la pared.
- Los caballos se están mojando- advierte el sarraceno-. He visto ahí atrás un cobertizo que podría servirles de refugio. 
Ambos hombres salen de la casa. Cogen sus monturas y las introducen rápidamente en el cobertizo. Vuelven a la penumbra de su improvisada guarida y toman asiento guardando las distancias. 
- ¿Y vos?- pregunta ahora el guerrero sarraceno- ¿lleváis alguna misión especial entre manos?. También es extraño que estéis tan lejos de vuestro sacro ejercito. 
El caballero cristiano se resiste a contestar. El otro parece no darse cuenta. 
- ¿Portáis algún mendrugo de pan? No he probado bocado desde anoche. 
En respuesta, el cristiano esconde el rostro descompuesto y roto por el cansancio entre las manos. Después susurra: 
- Yo también vuelvo a casa- confiesa-. He sabido que mi padre está al borde de la muerte. 
- ¿Desertáis entonces?
-Llamadlo como queráis. 

El caballero cristiano parece haberse quitado un peso de encima. Busca entonces en su jergón, saca un mendrugo de pan y se lo lanza al otro hombre. 
- Comed - le dice-. Van a hacernos falta las fuerzas para continuar nuestro camino.
-Alá os bendiga - contesta el árabe cogiendo al vuelo el mendrugo- 

Al caer la noche los dos hombres abandonan la casa amparados en la oscuridad. Montan sobre sus caballos y, por vez primera, se miran a los ojos, 
- Qué vuestra esposa de a luz un niño tan hermoso como la luna llena - desea el caballero cristiano-. 
-Que vuestro padre muera en paz si la vida ya no es posible para él -susurra el hijo de Alá-.

Ambos jinetes desaparecen en la oscuridad de la noche. Uno cabalga hacia el norte, el otro hacia el sur. La lluvia ahora cae mansa sobre el jaramago y los arbustos de moras silvestres que crecen junto al camino. Queda toda una noche por delante. La batalla continúa a las puertas de Biar. Pero la paz puede llegar en cualquier momento, de la forma más inesperada. Y ellos, ahora, lo saben.

1 comentario:

  1. Querida Amparo... me ha encantado.Como siempre...me gusta todo loo que escribe.
    Te mando el enlace para que vea como ha quedado en el blog.

    http://labolsadelmercader.wordpress.com/2012/04/27/batalla-de-biar-octubre-de-1244-por-amparo-puig-valdes/

    Un beso amiga.

    Manolo

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