viernes, 21 de octubre de 2011

Mantones de Manila (II parte)

- Mi hermana me advirtió para que no viniera a Valencia.  Me dijo que la ciudad no era segura, que podía pasarme cualquier cosa mala, pero yo no le hice caso...
La lluvia arreciaba como si arrastrase consigo una enorme tragedia.
- Cogí el tren muy temprano, con las primeras luces del día -siguió diciendo-  Era a principios de diciembre y hacía frío. Nada más llegar a Valencia me dí cuenta de que mi hermana había hablado con sobradas razones. Había desórden por las calles. Los milicianos andaban muy exaltados por aquí y por allá, así que yo, acortando por los callejones, me fuí rápido a casa y me encerré.
Estaba empezando a no entender nada ¿De que me hablaba aquella extraña mujer? ¿Qué película me estaba contando? ¿Por qué demonios no paraba de llover?
- Como le digo, me metí en casa y recé. Rece todo lo que pude, con los ojos cerrados, intentando no escuchar los gritos que venían de la calle. Sólo pensaba en mi esposo, Diego.
Me sobresalté y no pude disimularlo.
-¿Diego?
- Como le decia, mi marido estaba preso en el monasterio de San Miguel de los Reyes, muy cerca de la ciudad -vaciló como si quisiera disculparse- pero él no había hecho nada. Cosa de ideas. Era carlista y uno de mis hijos tambien estaba allí por el mismo motivo.
A pesar del aguacero apabullante, aún me sentía capaz de pensar ¿Qué me estaba contando aquella mujer surgida de la lluvia?  Sin duda, aquellos episodios aislados a los que ella se refería correspondían  a  los primeros años de la guerra civil, y de eso, afortunadamente para todos, habían pasado ya más de setenta años. Sin embargo, la dama de mirada rasgada que tenía frente a mí apenas rondaría los cincuenta. Era más que probable que algún profundo daño mental la hacía desvariar, pero yo decidí seguirle la corriente porque la historia comenzaba a interesarme.
No tuve más remedio que poner el dedo en la llaga.
- ¿Y cuándo ocurriió todo eso que me cuenta?
-En el mes de diciembre, poco antes de Navidad.
Me arriesgué un poco más hasta sentirme cruel.
-¿De qué año?
No dudó ni un segundo.
- De 1936. Aquella mañana había mucho alboroto  en las calles de Valencia.  Mi casa estaba situada en la planta baja de un viejo edificio, en el centro mismo de la ciudad, muy cerca de la catedral. Escuché gritos por la ventana. Los milicianos iban a la caza. Yo estaba sola en casa y tuve un mal presentimiento, pero ¿qué iban a querer de una señora como yo?
Temblé, no sé si de frío o de miedo, pero no dije nada.
- Escuché golpes en la puerta - siguió relatando- y fue entonces cuando me escondí. Todo fue muy rápido. Tiraron la puerta abajo y entraron en la casa como locos, Abrieron los armarios y lo cogieron todo, incluso mis mantones de manila.
 -Los mantones... . interrumpí intentando extraer aire  respirable de tanta humedad.
- Los coleccionaba -sonrió aunque su mirada seguía fija en el pasado- Todos tenemos nuestros caprichos.
Se detuvo en su narración y me miró fijamente desde sus profundos ojos verdes. Tuve de nuevo una  sensación perturbadora.
- ¿Seguro que no la estoy aburriendo? - preguntó con una dulce sonrisa que transformó todo su rostro-.
- En absoluto -. y decía la verdad. Aquella historia me estaba subyugando y despertando una memoria que creía dormida.
- Me encontraron y me cogieron. Me llevaron a trompicones junto a otras personas. Nos subieron en un camión y nos llevaron hasta la playa. Olía a mar y a pino.  Caminamos un buen rato sobre la arena. Luego... - su voz se debilitó hasta hacerse casi inaudible- aquel grupo de jóvenes muchachos no sabía lo que hacía. Levataron sus armas, dispararon. Todo acabó.
Las lágrimas resbalaban por sus mejillas mezcladas con las gotas de lluvia. Pero lo más curioso es que también caían por las mías.
- Me llamo Mercedes - dijo tendiéndome una mano fría y extremadamente pálida.
Ya  lo sabía pero guardé silencio.

Los faros de un todo terreno barrieron el parque haciendo brillar las gotas de lluvia como diminutos brillantes suspendidos en el aire. 
- Espéreme aquí - le dijé a mi compañera de refugio, y avancé hacia el coche patrula completamente empapada.
. ¿Necesita ayuda?
Un joven agente sacó la cabeza por la ventanilla del coche al ver que me aproximaba.
- Lo cierto es que sí.  La mujer que me acompaña y yo nos hemos visto atrapadas por la tormenta.
El hombre estiró el cuello como un cisne y miró por encima de mi cabeza.
- ¿Qué mujer?
Debajo del árbol  ya no había nadie. Sentí que mis piernas se negaban a sostenerme y un ligero cosquilleo recorrió velozmente todo mi cuero cabelludo, desde la nuca hasta las sienes.
- ¿Quiere que le acerquemos a algún sitio?
Negué con la cabeza mientras me alejaba por el parque desierto. La lluvia ya no me importaba. Tenía una historia que contar, la historia de Mercedes, aquella dama de mirada dulce que coleccionaba mantones de manila.
Después de todo - pensé mientras me alejaba- aquella mujer había conseguido lo que pretendía: conocer a su nieta. Conocerme.

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